lunes, 1 de octubre de 2018

30. RELACIONES OBJETALES

El término relaciones objetales se refiere a estructuras intrapsíquicas específicas, a un aspecto de la organización del yo y no a las relaciones interpersonales. Sin embargo, estas estructuras intrapsíquicas, las representaciones mentales del si – mismo y otros (el objeto), si se manifiestan en la situación interpersonal. Esto es, “el mundo interno de las relaciones objetales determina de una manera fundamental la relación del individuo con las personas en el mundo exterior. Este mundo…es básicamente el residuo de las relaciones del individuo con las personas de las que dependía para la satisfacción de necesidades primitivas en la infancia y durante las etapas tempranas de la maduración.”

El concepto no es nuevo en el pensamiento psicoanalítico, y los precursores de la moderna teoría de las relaciones objetales están presentes en la obra de Freíd. Tan temprano como en el año de 1923 se refirió al yo como el repositorio de objetos abandonados. Aún así, el foco temprano del psicoanálisis sobre el objeto estaba formulado en términos de elección objetal en relaciones libidinalmente investidas antes que como parte estructural de la personalidad. Lo que es nuevo es el cambio de foco y el énfasis con el cual el pensamiento relacional objetal se ha vuelto central, antes que periférico, en la comprensión y el tratamiento psicoanalíticamente orientado de la persona.

También cambiante es la visión del papel de la pulsión en el desarrollo del individuo. La relación entre teoría pulsional y teoría de las relaciones objetales varía de autor en autor. El papel de la agresión pulsional es central al pensamiento de Kernberg (1976). El enfatiza la importancia de la pulsión agresiva en sí misma y sus propias vicisitudes en la génesis del narcisismo patológico.

En la otra punta del espectro está la visión, planteada en el presente trabajo, de que la pulsión es solo un aspecto de la experiencia. Los controles del yo son el resultado de esta integración. El fracaso en adquirir el control de la pulsión agresiva sugiere un fracaso de los procesos de organización que llevan a la estructuración del yo, y del si – mismo en particular. La estructuración de la pulsión, o la estructuración del afecto, da cuenta de su integración dentro de una representación del si – mismo cohesionada y en relación con el objeto.

Para que podamos entender el concepto de relaciones objetales y sus complejas ramificaciones, es útil considerar como surgen estas estructuras, pensar en términos de los procesos mentales tempranos por medio de los cuales el recién nacido organiza su mundo en patrones significativos. Un patrón básico es el del si – mismo – la representación del si – mismo- en tanto que la otra es la representación del objeto – la representación objetal. El objeto se refiere a la persona (o personas) maternante primaria en el ambiente del bebé y del niño pequeño. Las relaciones dinámicas y estructurales entre las representaciones del si – mismo y las representaciones del objeto constituyen lo que denominamos relaciones objetales.

Estos patrones evolucionan durante los tres o cuatro primeros años de vida y constituyen la base para las configuraciones mentales duraderas. En el desarrollo sano estas estructuras intrapsíquicas continúan siendo modificadas durante toda la vida por la experiencia. Pero en el desarrollo patológico se organizan desde muy temprano de una manera rígida y distorsionada que resulta en fijaciones en niveles patológicos e infantiles del desarrollo en ciertos aspectos del sentir, pensar y comportarse. La naturaleza de esta evolución, sus estadios y procesos (horner 1975) constituyen un marco contextual evolutivo que nos permite entender tanto el desarrollo normal como el patológico, sus consecuencias para el carácter del adulto y sus implicaciones para el tratamiento del paciente adulto. Esto significa que, podemos esperar encontrar ciertos tipos de perturbaciones asociadas con fallas maternas y/o la incapacidad del niño para responder al maternaje normal en cualquiera de estos estadios del desarrollo o durante los procesos transcisionales que llevan de un estadio al siguiente.

Blank y Blank (1974) estiman que conceptos tales como internalización y relaciones objetales son básicos para una psicología evolutiva psicoanalítica, y que estos conceptos son centrales a consideraciones tanto de teoría como de técnica. La estructuración de la personalidad comprende internalización de representaciones de objeto, esto es, el proceso de hacer aquello que alguna vez fue externo, parte del si – mismo. “la psicología psicoanalítica es psicología evolutiva en tanto que da cuenta de la estructuración de la personalidad desde el nacimiento en adelante”.

Blank y Blank establecen un paralelo entre la patología de las estructura fronteriza y psicótica con patología de las relaciones objetales, en tanto que el desarrollo del ser humano procede al interior de la díada madre – hijo. Es su punto de vista, que la terapia debe dirigirse a esta característica del desarrollo. Esto es, lo que el terapeuta dice y hace en la situación del tratamiento debe ser elaborada sobre la formulación evolutiva y el diagnóstico de carácter.

Los procesos tempranos de organización llevan a la estructuración del yo en general y de las relaciones objetales en particular. Los psicólogos del yo conciben las relaciones objetales como una función del yo.


Según  Beres (1956) estas funciones son:

  1. Relación con la realidad
  2. Regulación y control pulsional
  3. Relaciones objetales
  4. Procesos de pensamiento
  5. Funciones defensivas
  6. Funciones autónomas
  7. Función sintética

Hartmann (1964) describió inicialmente los niveles de desarrollo de las relaciones objetales como parte de su psicología del yo. El presente texto comparte esta perspectiva evolutiva pero relaciona todos los demás aspectos del desarrollo del yo al desarrollo de las relaciones objetales, que es considerado como central. Este viraje de de una psicología del yo hacia una teoría de relaciones objetales refleja el énfasis sobre el papel central del desarrollo de las relaciones objetales en la estructuración general del yo.

De la definición del funcionamiento del yo tal como es planteada por Beres, la función sintética aparece como fundamental, representando por derecho la tendencia innata y la capacidad del organismo para asimilar, organizar e integrar sus experiencias desde el inicio mismo. Aún cuando esta tendencia es innata en el organismo, aún en un niño orgánicamente competente estas capacidades pueden verse sobrecargadas por condiciones ambientales excesivamente caóticas o perturbadoras.

Con relación al resto de funciones, la calidad de las relaciones objetales a medida que ellas mismas se desarrollan, proveen la matriz al interior de la cual las otras funciones se desplegarán. Incluyendo entre estas, funciones que son esencialmente autónomas en tanto son la manifestación de la maduración biológica del niño, caminar, hablar, pensar, sentir, etc. La autonomía de estas funciones puede darse por sentada hasta que observamos desviaciones en su desarrollo como consecuencia de relaciones objetales perturbadas. Y cuando estas funciones se desarrollan enteramente por fuera de la órbita de las relaciones de objeto, de una manera aparentemente libre de conflictos, ocurren serias repercusiones con respecto al sano desarrollo de la autoestima. En esta instancia, el ejercicio de las funciones autónomas está asociado con la pérdida de objeto, y pueden ser asimiladas en una estructura patológica de si mismo grandioso.

El trabajo de Hilde Bruch (1973) sobre la conciencia del hambre ilustra como “funciones aparentemente innatas, específicamente el hambre, requieren experiencias tempranas de aprendizaje para poder ser organizadas en patrones de comportamiento diferenciados y útiles”. Ella reconoce como crucial en muchos pacientes con serios desordenes alimenticios “el delirio básico de no poseer una identidad propia, ni aún de poseer su propio cuerpo ni sus sensaciones”. En resumen, Bruch relaciona los desórdenes alimenticios con el desarrollo desviado de las relaciones objetales. Por ejemplo, en la anorexia nerviosa la relación con la comida es una manifestación de la relación con el objeto. La necesidad de protegerse de una madre invasiva, devoradora (necesidad manifiesta en el rechazo de alimento y lo movilización del si – mismo grandioso como defensa contra la pérdida objetal) alterna con “hambre de objeto” (que se manifiesta en la bulimia y en la prontitud a la fusión).

En un estudio sobre los desórdenes del lenguaje y la comunicación en niños, Wyatt (1969) concluye que una relación continua, sin rupturas y plena de afecto entre una madre y su bebé provee la condición óptima para aprender con éxito una lengua. Esta óptima manera de relacionarse se “manifiesta en comunicación frecuente y apropiada, tanto verbal como no verbal”.

Wyatt también señala que tanto el sentido como el aprendizaje del lenguaje están imbuidos en la relación total con la persona maternante. Las lenguas, para un niño pequeño no pueden ser convertidas en abstractos sistemas simbólicos para ser intercambiadas a voluntad.

Con respecto a la función de la realidad del yo, el desarrollo del sentido de realidad también ocurre al interior y a través de la relación con la madre. “el paso transitorio más importante en la adaptación a la realidad”, escribe Malher (1952), es aquel “en el cual la madre va quedando gradualmente por fuera de la órbita omnipotente del si mismo”. Ella se refiere aquí a la individuación y separación de la fusión simbiótica con la madre.

En su elaboración del concepto de falso self,  Winnicott (1965) señala que la madre sirve de puente entre las experiencias del si – mismo que se originan en su interior y aquellas que se originan en el mundo exterior de la realidad.

Como tal, sus intervenciones hacen posible la consolidación de una representación de si – mismo relacionada con la realidad, o sea, una identidad basada en un si – mismo real. Cuando la madre falla en esta función, el verdadero si – mismo es apartado de la realidad y puede organizarse de manera delirante.

Y así, si vemos el si – mismo desarrollándose en el contexto de la matriz madre – hijo, y esto incluye todas las facetas de ese si – mismo, incluyendo la manera como controla sus impulsos, la manera como utiliza su intelecto potencial, o la manera como estructura la realidad, entonces podemos esperar encontrar una correspondencia entre perturbaciones de dicho si – mismo psicológico y la naturaleza de la relación con el objeto maternante primario. Esto se manifestará en la historia evolutiva del individuo, en la naturaleza de su mundo psicológico interno, en la calidad de sus relaciones actuales y su funcionamiento, y en particular, en la calidad de la relación con el terapeuta.

Mientras que los psicólogos del yo conciben las relaciones objetales como una de las funciones del yo, los teóricos de las relaciones objetales hacen énfasis en que todos los aspectos del funcionamiento yoico se organizan al interior de la representación del si – mismo en el desarrollo sano y no pueden ser separadas de este. El fracaso de tal organización es considerado entonces como una patología del si – mismo (Kohut 1971 – 1977).

Tener en cuenta los procesos básicos de organización clarificará cómo surgen estas estructuras, las configuraciones mentales internas del si – mismo y el objeto y sus interrelaciones. Cuál es la naturaleza del proceso? Qué es lo que se organiza? Qué interfiere con él? Cuál es el resultado de su fracaso?


El paradigma de las relaciones objetales, aunque potente en su utilidad explicativa y clínica, puede ser una sobresimplificación. Necesitamos observar mas de cerca, lo que sucede en la construcción de las representaciones mentales del si – mismo y el objeto durante cada uno de los principales estadios del desarrollo. Sólo entonces podremos detectar ciertos defectos en la organización y en la integración del si – mismo en sus más tempranos estadios de su evolución, defectos que se revelarán a sí mismos mas tarde cuando el impulso del desarrollo se vea impedido por su existencia. Esto es particularmente cierto en el paciente fronterizo. A causa de una defectuosa organización temprana la pareja simbiótica aún se necesita, como una especie de prótesis, para que el si – mismo mantenga algún grado de organización. La conciencia de separación, que es inevitable en el proceso de separación – individuación, evoca intensa y severa ansiedad de separación con esfuerzos restitutivos dirigidos hacia la eliminación del peligro psíquico, el peligro de la disolución del si – mismo.

TRABAJOS ESENCIALES SOBRE LAS RELACIONES OBJETALES

PARTE I: INSTINTOS, PULSIONES  vs RELACIONES OBJETALES

·        Tres ensayos sobre teoría sexual : Freud
·        Una contribución a la psicogénesis de los estados depresivos: M Klein
·        Una revisión psicopatológica de la psicosis: Fairbairn
·        La represión y el regreso de los objetos malos: Fairbairn
·        Concepto de Objeto y elección de objeto: Jacob Arlow
·        Génesis de las relaciones objetales: Rene Spitz
·        Estructura de la personalidad e interacción Humana

PARTE II:  RELACIONES OBJETALES Y EL DESARROLLO DEL NIÑO

·              La naturaleza del Vínculo afectivo con su madre: John Bowlby
·              Estudios II: Margaret Mahler
·              Teoría de las relaciones entre padres e hijos: Donald W. Winnicott
·              objetos transicionales y fenómenos transicionales: Winnicott
·              Sobre el desarrollo de las relaciones objetales y los afectos: Joseph Sandler
·              El si mismo y el mundo objetal: Edit Jacobson


PARTE III: RELACIONES OBJETALES: PSICOPATOLOGIA Y CLÍNICA

·              Introducción al Narcisismo: Freud 
·              Elección objetal narcisista en mujeres:  Annie Reich
·              Problemas transferenciales en los pacientes con depresión severa: Edit Jacobson
·              Conflicto psicótico y realidad: Edit Jacobson
·              Relaciones objetales primitivas y su predisposición a la esquizofrenia: Arnold Mode
·              Derivados estructurales de las relaciones objetales: Otto Kernberg
·              La teoría de las relaciones objetales y psicoanálisis clínico: Otto Kernberg
·              Trastornos severos del carácter: Otto Kernberg
·              Sobre la acción terapéutica del psicoanálisis: Has W Loewald
·              La enfermedad o queja: T.F. Main
·              Mi experiencia de análisis con Fairbairn y Winnicott: Harry Guntrip
·              Una base segura: aplicaciones Clínicas de una teoría de apego: J. Bowlby

NIVELES DE LAS RELACIONES OBJETALES


Los teóricos de las relaciones objetales consideran que la gente puede ser entendida en términos del nivel que ha alcanzado de tales relaciones (Blatt y Lerner 1983; Hamilton 1989; Westen 1991). Recuerde que la idea fundamental de las teorías de las relaciones objetales es que tenemos modelos de trabajo internos del yo y otros; estos “objetos” internos influyen enormemente en nuestros sentimientos hacia nosotros mismos y nuestro trata con otras personas. Tanto más avanzado sea nuestro nivel de desarrollo de las relaciones objetales mejores serán nuestro autoconcepto y nuestras relaciones interpersonales. En concordancia con este punto de vista, se ha demostrado que el nivel de las relaciones objetales de los adultos es un buen pronosticador de su funcionamiento interpersonal.

Westen 1991 ha propuesto que el nivel de relaciones objetales de una persona tiene 4 aspectos:

1.    La complejidad de las representaciones

2.    El tono emocional

3.    La capacidad para la inversión emocional

4.    La comprensión de la causalidad social.

CINCO NIVELES EN EL DESARROLLO DE LAS RELACIONES OBJETALES
COMPLEJIDAD DE LAS REPRESENTACIONES DE PERSONAS
TONO EMOCIONAL DE LAS REPRESENTACIONES DE LAS PERSONAS
CAPACIDAD PARA LA INVERSIÓN EMOCIONAL
COMPRENSIÓN DE LA CAUSALIDAD SOCIAL
APARIENCIA PSIQUÍATRICA
Nivel 1
Las personas no se diferencian claramente; confusión de puntos de vista
Representaciones malévolas, violencia gratuita o burdo descuido por parte de los otros significativo
Orientación gratificante de la necesidad; profunda autopreocupación
Descripciones no causales o burdamente ilógicas de acontecimientos psicológicos e interpersonales
Autismo/ esquizofrenia
Nivel 2
Representaciones sencillas, unidimensionales; enfoque en las acciones; los rasgos son globales y univalentes
Representación hostil, vacía o caprichosa de las relaciones, pero no profundamente malévola; gran soledad o decepción en las relaciones
Inversión limitada en personas, relaciones y normas morales; intereses conflictivos reconocidos, pero la gratificación sigue siendo el objetivo primordial; normas morales inmaduras y no integradas o que se obedecen para evitar el castigo
Comprensión rudimentaria de la causalidad social; errores lógicos menores o transiciones no explicadas, causalidad sencilla de estímulo respuesta
Trastornos de personalidad
Nivel 3
Menor elaboración de la vida mental o la personalidad
Representaciones mixtas con tono moderadamente negativo
Inversión convencional en personas y en normas morales; compasión, reciprocidad u orientación de ayuda estereotípicas;  sensación de culpa en las trasgresiones morales
Causalidad compleja, precisa, de la situación y comprensión rudimentaria del papel de los pensamientos y sentimientos en la acción mediadora
Trastornos de ansiedad
Nivel 4
Se amplía la apreciación de la complejidad de la experiencia subjetiva y de las disposiciones de la personalidad; ausencia de representaciones que integren la historia de la vida, la subjetividad compleja y los procesos de personalidad
Representaciones mixtas de tono neutral o equilibrado
Inversión madura, comprometida, en relaciones y valores; empatía e interés mutuos; compromiso con valores abstractos
Se amplía la apreciación del papel de los procesos mentales en la generación de pensamientos, sentimientos, conductas e interacciones interpersonales
Funcionamiento adecuado
Nivel 5
Representaciones complejas, que indican comprensión de la interacción de la experiencia psicológica momentánea y duradera; comprensión de la personalidad como un sistema de procesos que interactúan entre sí y con el ambiente
Representaciones predominantemente positivas; interacciones benignas y enriquecedoras
Autonomía del sí mismo en el contexto de las relaciones comprometidas; reconocimiento de la naturaleza convencional de las reglas morales en el contexto de las normas cuidadosamente consideradas o del interés por personas o relaciones concretas
Apreciación compleja del papel de los procesos mentales en la generación de pensamientos, sentimientos, conductas e interacciones interpersonales; comprensión de los procesos inconscientes de motivación
Funcionamiento superior


TRADUCCIÓN DE TERAPIA PSICOANALÍTICA DE RELACIONES OBJETALES.  ALTHEA HORNER

1 DEFINICIÓN DE LA TERAPIA PSICOANALITICA DE LAS RELACIONES OBJETALES

La terapia psicoanalítica es la aproximación a la psicoterapia que se basa en la teoría psicoanalítica clínica y del desarrollo. Esta teoría, desde sus comienzos con Freud, ha evolucionado a lo largo del último siglo, particularmente en los últimos 25 a 30 años,  y continúa evolucionando. La terapia psicoanalítica puede o no usar las técnicas específicas asociadas al psicoanálisis, tales como el uso del diván o una exigencia de 4 a 5 sesiones por semana. Cooper (1990) señala que “el intento tradicional de definir el psicoanálisis por un número [de sesiones] y por una técnica más que por un proceso, trivializa el análisis. Las diferencias entre el psicoanálisis y la psicoterapia son muy confusas...”(p.189). Él  augura que el psicoanálisis americano se interesará cada vez más en la psicoterapia, y ya vemos institutos psicoanalíticos ofreciendo un certificado en psicoterapia psicodinámica.

La terapia psicoanalítica de las relaciones objetales integra  conceptos  partiendo de una manera particular de concebir la organización psíquica humana y la organización, el comportamiento y las relaciones interpersonales, que son la esencia de esta teoría. En el siguiente capítulo la discutiremos con más detalle. Los estudios sobre la psicoterapia enfatizan su utilidad al indicar claramente la correspondencia entre un buen resultado y el foco en el tratamiento de los conflictos relacionales nucleares. Tales conflictos son una manifestación de la estructura psíquica interna conocida como las relaciones objetales.   Derivada de la más primitiva matriz interpersonal dentro de la que se desarrolla la psique, la estructura interna de las relaciones objetales también funciona como un prototipo de las relaciones interpersonales del aquí y el ahora. La patología de las relaciones objetales –o sea, la patología de la organización y de la estructura de la psique- se manifiesta en la perturbación de las relaciones interpersonales.

Los principios básicos o los conceptos comunes al psicoanálisis y a la terapia psicoanalítica son (1) la existencia de una mente inconsciente que participa, en mayor o menor grado, en la motivación y en la conducta humana –desde la perspectiva de las relaciones objetales, este inconsciente está organizado de una manera particular con la estructura de las relaciones objetales, las cuales son el principio organizador más importante; (2) la existencia del conflicto psíquico que es la causa de la ansiedad y de la elaboración de defensas contra ella –la patología estructural en los términos de las relaciones objetales se considera durante todo el conflicto como la etiología de los síntomas; (3) un desarrollo jerárquico que, desde el principio, tiene lugar en estadios y fases predecibles y evoluciona dando por resultado la estructura del carácter del adulto –estas etapas varían de una orientación teórica a otra, por ejemplo, la teoría del instinto con las etapas oral, anal, fálica y genital contrasta con las etapas jerárquicas del desarrollo de las relaciones objetales; (4) la posibilidad de regresión, al menos en parte, a etapas jerárquicas más primitivas –desde el punto de vista de las relaciones objetales, esta regresión se manifiesta en las formas más primitivas de relación y experiencia interpersonales; (5) la existencia de la transferencia en la relación interpersonal y, particularmente, en la situación terapéutica –esta transferencia será una manifestación de la organización de las relaciones objetales intrapsíquicas; (6) la existencia de la contratransferencia y la importancia de comprender su significado –desde la perspectiva de las relaciones objetales, la contratransferencia puede ser una guía para comprender que la estructura de las relaciones objetales internas está siendo replicada en la situación clínica; (7)el valor de la asociación libre, o de decir libremente cualquier cosa que llegue a la conciencia de la persona durante la hora del tratamiento –según la teoría de las relaciones objetales, es especialmente importante articular lo que ocurre en el proceso interpersonal inmediato; (8) la importancia de la actitud neutral del terapeuta que le permite al paciente su fundamental descubrimiento y autodeterminación –cada paciente definirá esta neutralidad en términos relacionales, tal como se expone en el capítulo 7; (9) la interpretación como una importante modalidad clínica –de acuerdo con la teoría de las relaciones objetales, la interpretación tiene lugar a lo largo de otras intervenciones basadas en las necesidades específicas del self frente al objeto; y (10) el foco incrementado sobre el proceso interpersonal en el tratamiento –la estructura interna del paciente,  en los términos de las relaciones objetales, determinará en gran medida ese proceso.

Mientras que este libro se ocupa de la aproximación desde las relaciones objetales a la terapia psicoanalítica individual, otros autores  han tratado en esta misma vía la terapia de pareja (Scharff y Scharff 1991) y la terapia de familia (Scharff y Scharff 1989, slipp 1984).

Mientras que la matriz interpersonal familiar y las exigencias impuestas a los individuos por el sistema tienen un impacto sobre lo que es internalizado y convertido en intrapsíquico, la estructura del objeto relacional intrapsíquico se manifiesta en la dinámica diádica de la pareja. Cada individuo de la diada aporta al interior de la relación su propio mundo de relaciones objetales internas. Cada individuo tiene una transferencia particular con el otro individuo predecible desde esa estructura. El tratamiento de pareja pone en claro las transferencias cruzadas y clarifica las distorsiones de percepción que sobrevienen. Cada uno puede apreciar y entender la realidad del otro.
2 DEFINICIÓN DE LAS RELACIONES OBJETALES

Las relaciones objetales se refieren a  la naturaleza del mundo representacional interno, a la  naturaleza de las representaciones del self y del objeto, y a su dinámica e interacción afectiva. Una “representación” es un esquema cognitivo complejo, una resistente organización de elementos psíquicos –incluyendo el afecto y el impulso {impulse}- que alude a la estructura del self o a la estructura del objeto. La palabra “objeto” designa la imagen mental que construye el niño del  cuidador. Estas representaciones mentales se desarrollan en la forma indicada  por Piaget (1936) en su descripción de la evolución de los esquemas cognitivos. La naturaleza particular del mundo interno del self y del objeto de un individuo deriva de su experiencia primaria frente al  cuidador, generalmente la madre. Lo que en un comienzo es interpersonal  queda estructurado en forma de resistentes organizaciones mentales -es decir, se vuelve intrapsíquico- y entonces lo que ha devenido intrapsíquico, se expresa de nuevo en la situación interpersonal. Generalmente, estas relaciones internalizadas se organizan con una imagen específica del self frente a una imagen específica del objeto, y cada gestalt se caracteriza por emociones e impulsos asociados. Por ejemplo, el self bueno es aparejado con el objeto bueno y los sentimientos entre ellos son amor, alegría o seguridad, u otros afectos positivos.

Las relaciones objetales internas funcionan como una especie de modelo que determina los sentimientos, las creencias,  las expectativas, los temores, los deseos y las emociones de uno respecto a las relaciones interpersonales importantes. Es necesario tener presente que estas imagos no son réplicas exactas de la experiencia temprana, sino que son construidas por el niño pequeño con sus limitadas habilidades cognitivas y sus primitivos mecanismos mentales. El mundo interno es, pues, una amalgama entre experiencias y percepciones reales, y tales representaciones mentales evolucionan durante los primeros años de acuerdo con la maduración de las capacidades cognitivas del niño y su experiencia real. Mientras más temprano se presente el desarrollo patológico, con mayor probabilidad veremos las organizaciones mentales más tempranas, las más “primitivas”, presentes en la conciencia y experimentadas por el individuo en la vida cotidiana real. En el desarrollo sano, las organizaciones más primitivas son reprimidas y emergen en las fantasías, en los sueños o en la creación artística, en contraposición, en las experiencias del aquí y el ahora se destaca la organización más madura. Kernberg (1976) describe este proceso diciendo que la teoría de las relaciones objetales subraya el refuerzo simultáneo del self (una estructura compleja derivada de la integración de múltiples imágenes del self) y de las representaciones objetales (u objetos internos derivados de la integración de múltiples imágenes del objeto en representaciones de los otros más comprehensivas). La terminología de estos componentes del self y del objeto varía de autor a autor, pero lo importante es la naturaleza esencialmente diádica o bipolar de la internalización en la que cada unidad de las imágenes del self y del objeto se establece en un contexto afectivo particular.


3 LAS ETAPAS DEL DESARROLLO DE LAS RELACIONES OBJETALES

La configuración de los esquemas mentales que denominamos el self y el objeto tiene lugar en etapas jerárquicas. Usamos el término objeto, y no el término madre, porque este esquema particular es en parte creado por el niño con sus limitadas capacidades mentales y con la única experiencia del ambiente primitivo que le brinda cuidado. En cierto modo, el niño crea una metáfora para el otro significativo de sus experiencias interpersonales. A su vez, esta metáfora forma las experiencias y las expectativas del niño en relación con el ambiente interpersonal y su conducta hacia él.

Freud señala que uno tiende a acercarse a cada persona nueva con ideas preconcebidas, y que ellas son dirigidas hacia el analista. Tal es, por supuesto, la esencia de la transferencia. Freud dice que “esta catexia recurrirá a prototipos, y se fijará a uno de los que estén presentes en el sujeto...” Esos estereotipos son lo que llamamos actualmente el self y las representaciones objetales.

En la literatura analítica encontramos desacuerdo respecto al modo en que se deben interpretar las observaciones del desarrollo. Stern (1985) no concuerda con Mahler (Mahler et al. 1975), particularmente respecto a la experiencia intrapsíquica primitiva del infante. Creo que gran parte del desacuerdo es debido a la imprecisión para distinguir entre el proceso y la estructura. Por ejemplo, los bebés humanos, como todos los mamíferos, nacen con un repertorio de conductas de apego-exploración y evocación, tales como el contacto visual o la adaptación al cuerpo de la madre, o incluso la habilidad para discriminar olfativamente entre el seno de la madre y el de otra mujer. Estas conductas evocan unas recíprocas de apego-exploración en el cuidador. No obstante, desde el punto de vista del niño, el establecimiento de conexiones mentales duraderas, la emergencia del apego como una estructura cognitiva con una imagen sólida del self y del objeto, no es inmediata.

De este modo, si bien la conducta del infante no se puede describir como “autista”, la ausencia de un otro estructurado mentalmente al comienzo de la vida puede ser interpretada como la existencia de una condición (que alterna con la interacción social) autista (o sin objeto), condición que se observa clínicamente en el caso de la depresión anaclítica o en la emergencia del fenómeno del “agujero negro” {“black hole phenomenon”} (Grotstein 1990).

Igualmente, tiene que distinguirse la inteligencia cognitiva de la inteligencia sensoriomotora. Aunque el niño puede diferenciar entre lo que es parte de su cuerpo y lo que no lo es, aún no posee un constructo mental yo/no-yo. En ciertos pacientes vemos el fracaso para adquirir este constructo mental completamente desarrollado. Incluso el mecanismo elemental de la proyección  da lugar a esa distinción. Este es otro asunto que ha propiciado pseudo-desacuerdos en la literatura teórica. Lichtenberg (1975) señaló el establecimiento de los constructos mentales como el punto en el cual “el niño... empieza a `vivir´ un poco menos en la respuesta exclusiva hacia el mundo exterior; él vive un poco más en su mente” (p. 461). Esto es, en las representaciones internas  que van a jugar un importante papel en la actividad mental del niño y que conforman la base para la formación y la elaboración de la fantasía.

Esta división de las etapas jerárquicas del desarrollo de las relaciones objetales, es retomada de Mahler y sus colegas y se basa en la noción de estructura intrapsíquica y sus vicisitudes evolutivas.

A medida que el niño trata de resolver una serie de procesos del desarrollo, comenzando con el proceso del apego, cada etapa lo conduce a un nivel más alto de organización estructural. Los esquemas del self y del objeto –las representaciones del self y del objeto- se vuelven cada vez más complejos y más diferenciados uno de otro. Al mismo tiempo, los aspectos desintegrados de la organización del self, se integran progresivamente en un único self-esquema, a la vez que un proceso similar ocurre con los aspectos  de la representación de objeto desintegrados. Una única e integrada representación del self se desarrolla gradualmente; lo mismo sucede con la representación del objeto. La estructuración del afecto -es decir, su asociación con el sistema específico de relaciones objetales- tiene lugar dentro del  desarrollo de las relaciones objetales. De manera similar se organizan otros aspectos del funcionamiento mental dentro de, e integrados a, la representación del self. El Rorschach nos proporciona evidencia de la presencia o de la ausencia de tal integración cuando la integración de una respuesta color en un percepto bien formado contrasta con la respuesta color puro, indicio de la falta de  integración del afecto en una representación estructurada del self.

La organización de la representación del self implica la integración del afecto, del impulso (la agresión y la sexualidad), de la experiencia somática y la imagen del self corporal. También implica la integración de aquellos aspectos del funcionamiento que resultan de la maduración –las funciones autónomas del yo- tales como el desarrollo motor, el pensamiento y la percepción. La teoría de las relaciones objetales es especialmente útil ya que forma una especie de estructura para la sistematización de los conceptos de las diversas orientaciones teóricas. Las fallas de esa integración mental son manifestaciones patológicas, bien sean estructurales o de conflicto.

Cada una de las etapas del desarrollo de las relaciones objetales, definidas en términos de la naturaleza de las representaciones del self y del objeto, deja sus huellas en el inconsciente y pueden ser reactivadas, incluso en el individuo completamente desarrollado, bajo condiciones de estrés y de regresión, o en un sueño, una fantasía o una producción artística. En las relaciones interpersonales corrientes del aquí y el ahora, se observa evidencia de los niveles primitivos del desarrollo cuando éste no ha sido sano. Lo cual, por supuesto, es especialmente importante para la transferencia y la psicoterapia.

Cada nivel de la organización psíquica determina en grado sumo en el niño la naturaleza del sentimiento de sí mismo y del otro y su interacción característica. La organización psíquica del individuo no es observable de forma directa y la mayor parte permanece más allá de la percepción consciente, si bien lo que se deriva de ella sí es consciente. Jacobson (1964) define la identidad como la experiencia consciente de la representación del self.

En el capítulo sobre la evaluación de la estructura del carácter (capítulo 10), se alude a una aproximación a la evaluación clínica de las relaciones objetales. En esta sección, consideraremos las etapas jerárquicas del desarrollo como una base para comprender ciertos fenómenos clínicos que se manifiestan en la situación interpersonal y, especialmente, en las relaciones paciente-terapéuta.


3.1 El estadio que precede al apego

Mahler (1968) describe un estado de “autismo normal” existente a la hora del nacimiento. Como ya se indicó, esto no implica que el niño esté en un estado de repliegue autista como sucede en el autismo patológico. Sin embargo, a pesar de la activación del proceso de apego, todavía no hay una representación mental estructurada, sólida, del objeto. Aún están por venir las experiencias interpersonales y sus huellas mnémicas configuradas. Se podrá argüir que la preferencia innata por el diseño de una configuración facial sobre un diseño geométrico u otro no humano (Fantz 1966) indica la presencia desde el primer momento de una estructura objetal innata. Pero, aunque los precursores de las representaciones del self y del objeto pueden estar presentes al nacer en la forma de la preferencia, de la disposición y del potencial, aún no se ha dado el desarrollo cognitivo necesario para la estructuración de los esquemas mentales, en el sentido en que utilizamos este concepto.

El autismo infantil temprano es la patología relacionada de forma más clara con una etapa, en la cual  el niño permanece en la etapa de autismo  y no se moviliza hacia el apego. Junto con la ausencia de la conducta de exploración-apego, parece haber un defecto cognitivo básico que interfiere con el proceso organizacional. Antes de descubrir estos déficits innatos, las madres de tales niños eran tildadas de “madres nevera”, según la hipótesis de que la falla del apego en estos niños era concecuencia directa de la falla de la madre para facilitar ese proceso. En situaciones en las que el ambiente es muy patológico, perturbando las capacidades de organización del niño, puede presentarse un repliegue a un autismo secundario. La conducta de retracción autista como respuesta a situaciones muy estresantes, sugiere que las fallas del ambiente datan de los primeros meses de vida.

Grotstein (1990) escribe sobre las experiencias de “agujero negro” y de “inexistencia” {nothingness} de aquellos pacientes que, aunque funcionan en un alto nivel, pueden ser empujados hacia atrás al terror primitivo del estadio que precede al apego donde se experimenta la pérdida de la conexión con el objeto. Clínicamente, estamos en capacidad de discernir y articular los tipos de defensa que el individuo construyó de niño para prevenir la experiencia de “agujero negro”. A menudo estas defensas implican una especie de acomodación a la madre para asegurar su continua atención. Por ejemplo, podemos encontrar un individuo que, como un camaleón, establece una ilusión de identidad al servicio de la prevención de la separación con su inminente amenaza del abandono, de la pérdida del objeto y del terror primitivo.



3.2 El proceso de apego
     
En los primeros meses de vida del niño vemos la conducta innata de exploración-apego interactuando con la conducta y la respuesta maternas de tal forma que, óptimamente, da por resultado la etapa siguiente de simbiosis normal (Mahler 1968) cuando el niño ha sintetizado la experiencia de sí mismo de manera que incluya al cuidador y las cualidades predominantes de su interacción característica. Las bases para una relación afectiva y para lo que Erikson (1950) llama “la confianza básica” se establecen aquí. La disponibilidad emocional de la madre y su capacidad de respuesta empática son esenciales para este proceso. Por el contrario, cuando este proceso se caracteriza por la frustración abrumadora, el miedo y la ira en el niño, esperamos como resultado un “núcleo paranoide”. Puede presentarse también un sentimiento de desesperanza asociado a una depresión anaclítica. Estas depresiones tempranas se prestan para una interpretación  biológica cuando no se puede descubrir causa alguna en la vida del paciente adulto. Los orígenes del desarrollo son oscuros y, en consecuencia, incomprendidos. Una comprensión evolutiva desde las relaciones objetales de esa depresión temprana, nos permite establecer lo que requiere la relación terapéutica para ayudar a un individuo en esa situación. Esto será la formación de un vínculo que eventualmente le permitirá al paciente internalizar al terapeuta de tal manera que sustituya lo que le falla estructuralmente.

En el nivel más primitivo, la falla en el apego puede acarrear severos déficits en la organización temprana del self. La falla debida a causas ambientales para desarrollar un vínculo y adquirir una simbiosis satisfactoria, tales como la institucionalización o una situación de crianza doméstica inestable, puede conducir a trastornos característicos, tales como la incapacidad para seguir las normas, la incapacidad de sentir culpa y un desordenado e indiscriminado anhelo de afecto sin la capacidad para establecer relaciones duraderas (Rutter 1974). Como se puede esperar, el desarrollo de un superyó (consciencia y yo ideal), que es el resultado de las identificaciones con las figuras parentales, no tendrá lugar en ausencia de esos mismos vínculos de los que depende.

Puede haber una ruptura del vínculo debida a la separación y a la pérdida. El desarrollo subsecuente depende de la disponibilidad de un vínculo objetal sustitutivo satisfactorio. Tal interrupción puede conducir a un retraimiento esquizoide de por vida. Igual desenlace puede tener los rompimientos repetidos del vínculo entre el infante y la madre causados por la enfermedad crónica de uno de ellos, o por la depresión periódica de la madre.

La calidad de la experiencia del niño durante el proceso de apego y a lo largo de las subsecuentes separaciones y pérdidas en los  tres primeros años de vida, estructura en el mundo interno sentimientos y expectativas entorno al mundo interpersonal que teñirán las etapas del desarrollo posteriores y las futuras relaciones interpersonales. Una verdadera psicoterapia de reparación necesitará, principalmente, el establecimiento de un vínculo entre el paciente y el terapeuta. La resistencia para establecer una transferencia dependiente es un factor muy importante en el trabajo con estos pacientes.

3.3 El estadio de simbiosis normal 

La estructura mental primitiva, la representación self-objeto indiferenciada, se encuentra entre el proceso de apego y el de separación-individuación (Mahler 1968). (Nota: este self-objeto separado por el guión no es igual al concepto del selfobjeto {selfobject}de Kohut. El primero se refiere a las imágenes condensadas del self y del otro. El segundo remite al otro funcional, o sea, a lo que es importante en la interacción interpersonal del self y el otro).

Estas imágenes indiferenciadas del self y del objeto, a causa de las habilidades cognitivas inmaduras, tampoco están integradas aún, son imágenes dispersas yuxtapuestas. En lugar de ello, están organizadas sobre la base de las sensaciones predominantes producto de las interacciones entre el self y el cuidador. Las imágenes buenas del self y del objeto se encuentran ligadas a las sensaciones positivas y al buen estado de ánimo. Las imágenes malas del self y del objeto están ligadas a las sensaciones negativas y al mal estado de ánimo. No es sino hasta que en el segundo año de vida el desarrollo cognitivo llega a su final, que las imágenes dispersas se integran en una única imagen, representaciones cohesivas del self y del otro. La persistencia en la vida adulta de tal escisión conduce a una incapacidad para establecer relaciones. Cuando el otro no es completamente bueno por que no satisface todos los deseos, las necesidades o las demandas del self,  deviene completamente malo y es descartado o se vuelve objeto de un odio intenso. Los “desórdenes de carácter” se caracterizan por tal situación. Se conoce como escición y es la manifestación de una falla en el desarrollo. Cuando la integración ya se ha dado, la escición puede usarse como mecanismo de defensa. Es una defensa contra la ansiedad intolerable  provocada por la ambivalencia intensa.

Cuando el cuidador ha sido capaz de ayudar al desarrollo del niño, la experiencia frente al otro es parte del sentimiento positivo y confiable del self. Aquí encontramos la base primitiva inconsciente para el sentimiento de unidad  que a veces sobreviene con otro amado, particularmente al hacer el amor y en el momento del orgasmo. Pero cualquiera sea el éxtasis de esa experiencia, ella puede acarrear también una carga de ansiedad por el sentimiento de pérdida en la separación. Tal temor puede ser la base de las defensas contra la intimidad.

Perder la capacidad para diferenciar el self y el otro es una grave pérdida de la prueba de realidad y, en el extremo, es considerado un síntoma psicótico. En los casos más graves de desórdenes de carácter, esta clase de pérdida de la realidad puede ir y venir. El paciente borderline podrá recobrarse de pérdidas momentáneas de la diferenciación.

Le experiencia de la bipolaridad –en la cual la atención se dirige hacia el interior, hacia el self, y hacia fuera, hacia el otro- existe desde el principio de la vida. Empieza con la atención alternante del infante a lo que está pasando con su propio cuerpo y al ambiente interpersonal que busca enlazar. Durante toda la vida estos empujes conflictivos serán experimentados en una vía o en la otra, con la intensidad del conflicto dependiente de la seguridad del sentimiento del self y la seguridad en la situación interpersonal. El conflicto puede expresarse en términos de uno mismo entre la identidad (“ser yo mismo”) y la intimidad (“estar cerca de otra persona”) (Horner 1990).

Apenas se establece intrapsíquicamente la estructura simbiótica con la organización de la representación mental indiferenciada que contiene el self y el otro en interacción, el niño se moviliza hacia un nuevo proceso, el de la separación y la individuación (Mahler et al. 1975).


3.5 La ruptura del cascarón: el comienzo de la separación.

Mahler (1968) enfatiza la importancia de una simbiosis óptima para la subsecuente diferenciación de la representación del self y del objeto.

Cuanto más ayude el compañero simbiótico al infante a prepararse para salir de la órbita simbiótica tranquila y gradualmente –o sea, sin una indebida exigencia a sus propios recursos- tanto mejor equipado estará el niño para separar y diferenciar su representación del self de la, hasta ahora, representación simbiótica fundida self-mas-objeto. [p. 18]

Esencialmente, esta declaración reconoce el aspecto jerárquico del proceso de desarrollo. Aunque pueden haber reorganizaciones conceptuales en las fases evolutivas posteriores, como la adolescencia, las fallas o déficits del desarrollo temprano se manifestarán en síntomas y en relaciones desordenadas.

Durante el proceso de ruptura del cascarón, la madre funciona como un marco de referencia, como un punto de orientación para el niño en proceso de individuación. Si esta seguridad falta, habrá un trastorno del primitivo “sentimiento-del-self”, que se derivaría u originaría de un estado simbiótico seguro y placentero, del cual el infante no tendría que salir prematura y abruptamente. Es decir, mientras la representación del self permanece entrelazada con la representación de objeto a un nivel cognitivo, la pérdida del objeto y del sentimiento de conexión con esa persona evocará una sensación de desorganización y disolución del self, del cual el objeto y el sentimiento de conexión son aún una parte. Cuando esta situación domina la estructura psíquica subyacente, la persona puede experimentar un intenso pánico de separación. Las separaciones pueden ser debidas a una interrupción emocional con el otro significativo, así como a una separación física real. Este es el sentimiento de conexión interna que sigue siendo crítico y que es tan inseguro. Este punto será especialmente importante para el tratamiento y la relación terapéutica. Una falla en la alianza terapéutica debida, por ejemplo, a un déficit en la empatía o a las vacaciones del terapeuta, puede evocar esta clase de graves reacciones de separación.


3.6 El estadio de ejercitación: el segundo paso de la separación y la individuación.

Aproximadamente, desde los 10 hasta los 16 meses de edad, el foco de interés del niño se desplaza progresivamente hacia las funciones que se desarrollan como concecuencia de la maduración del sistema nervioso central, como la locomoción, la percepción, el lenguaje y el habla, y el proceso de aprendizaje. Se conocen como las funciones autónomas del yo. El niño también se confronta progresivamente con la experiencia y la conciencia de su separación de la madre como entidades psicológicas distintas. La disponibilidad de la madre cuando el niño la necesita, y el placer que obtiene  del dominio de nuevas habilidades, hace tolerable para él esta pequeña separación. En la culminación del período de ejercitación alrededor de la mitad del segundo año, el niño que empieza a caminar parece estar de un ánimo jubiloso. Animo éste que acompaña la experiencia de estar de pie y caminar solo. El l niño grita con júbilo. Este nivel máximo de la creencia del niño en su omnipotencia mágica, “se deriva en gran parte, sin embargo, de su sensación de compartir los poderes mágicos de la madre” (Mahler 1968, p. 20).    

A esta altura del desarrollo, la representación interna del self y del otro se encuentra aún en gran medida indiferenciada, y es el anlage  de una estructura patológica conocida como el “sí-mismo grandioso” (Kohut 1971). Ella se esboza sobre la primitiva experiencia de omnipotencia mágica. Si las cosas salen mal en las subsecuentes relaciones del niño con sus cuidadores, al tiempo que se da cuenta de cuán relativamente pequeño y dependiente es en realidad, el sí-mismo grandioso, ahora una ilusión de omnipotencia y perfección, se convierte en una posición de repliegue defensiva. El niño que deviene adulto  puede negar sus deseos de dependencia y la ansiedad mientras esté al mando este self omnipotente inflado. El otro ya no tiene ninguna consecuencia emocional en él. Por supuesto, la persona debe hacer grandes esfuerzos para proteger la ilusión, y si ella es amenazada, por ejemplo por las malas notas en el colegio o la pérdida de un trabajo, la reacción será intensa e implicará el desarrollo de síntomas como la depresión o la conducta suicida. Algunas veces los otros deben ser degradados para proteger su forma de vida. Cuando se activa este libreto en la relación terapéutica, puede presentarse un momento muy difícil para el terapeuta, y su manejo es muy importante para el restablecimiento de una relación de trabajo positiva.

Ecos inconscientes del período de ejercitación y su omnipotencia mágica algunas veces conducen a la persistencia de creencias sobre la naturaleza mágica de las capacidades propias. Aprender a caminar y a hablar sucede como por arte de magia, diferente, por ejemplo, del esfuerzo consciente que uno debe hacer para aprender en el colegio el vocabulario de un lenguaje extranjero. He trabajado con individuos que evidentemente poseían una inteligencia superior y para quienes el aprendizaje en la escuela primaria no requirió esfuerzo. Paradójicamente, eran mucho más inseguros respecto a su capacidad, que las personas con una capacidad innata menor. Ellos no relacionaron su capacidad con ese sentimiento de esfuerzo consciente que nos da una sensación de tener algo de control sobre lo que podemos y lo que no podemos hacer. Lo que aparece mágicamente, también puede desaparecer mágicamente –no se puede confiar en eso. 

3.7  La fase y la crisis de acercamiento

Hacia los 18 meses, el niño que empieza a caminar se da cuenta progresivamente de su separación de la madre y de la separación de ella respecto a él. Las experiencias del niño con la realidad han contrarrestado la sobrestimación de la omnipotencia, ha disminuido la autoestima y el niño es ahora vulnerable a la culpa. Además, el niño se confronta con el desvalimiento del self, debido a la dependencia respecto al objeto que ahora percibe como poderoso. Hay una oleada de angustia de separación y de un estado de ánimo depresivo. Si el otro usa ese poder benigna y servicialmente, será la base para el sentimiento de seguridad del niño. El niño idealiza al padre a quien percibe como poderoso, y esta clase de idealización se puede manifestar en las relaciones de dependencia en el adulto y en la relación terapéutica en particular (la transferencia de idealización: Kohut 1971). Si, por el contrario, el poder parental es experimentado por el niño como contra el self, por ejemplo, a causa de alguna cosa que no solamente no se le da sino que además se le niega, él aprenderá a odiar y a la vez a envidiar el poder, desarrollará técnicas para controlarlo y fantaseará con derrocarlo. Tras esa conducta manipuladora yacen la ansiedad y la inseguridad. Este libreto también se expresará en la relación terapéutica.

La mayor preocupación de la persona que se las ve con problemas asociados fundamentalmente a esta etapa del desarrollo, es la pérdida del apoyo, del amor y de la aprobación del otro temida como concecuencia de la afirmación de los propios deseos, o de la voluntad y de los sentimientos. La persona tiende a idealizar al otro y a verlo como poseedor del poder para proteger el self de los sentimientos de desvalimiento y humillación a los cuales todavía es vulnerable. El otro puede ser uno de los padres, un cónyuge o un amigo. Esta forma dependiente de ver el self  y el otro, y las expectativas y demandas que conlleva , impone cierta tensión en las relaciones interpersonales. Tales demandas pueden expresarse como derechos, en forma de demandas al otro. Si bien el otro puede estar idealizado, es también envidiado y temido, y se le culpa cuando las cosas no marchan bien.

La crisis de acercamiento es el conmutador del desarrollo que determina el viraje de un sentimiento de omnipotencia a uno de desvalimiento –de un sentimiento de perfección a uno de humillación. Erikson (1950) indica que este nivel es el momento en que el niño puede adquirir un sentimiento de autonomía saludable o un sentimiento de humillación. Relaciona este desenlace en gran parte con el período del entrenamiento en el control de esfínteres y con los hábitos y actitudes parentales durante el mismo.

La toma de conciencia de la realidad de la separación y de la pérdida de la omnipotencia puede ser muy traumática si el desarrollo anterior no ha sido óptimo. Si hay fallas en la organización estructural de la representación del self como resultado de circunstancias y experiencias desfavorables o como consecuencia de algún trastorno de origen orgánico en las capacidades de síntesis, aquellos déficits se evidencian en este momento. La conciencia de la separación entre el self y el cuidador evoca gran angustia de separación. El niño, y el adulto en que se convierte, es incapaz de resolver las exigencias evolutivas, y la conducta sintomática se despliega en forma de apego ansioso. Este es otro ejemplo de la naturaleza jerárquica del proceso de desarrollo.

La respuesta del ambiente al crecimiento del niño tiene que dejar lugar a sus esfuerzos hacia la autonomía que luchan contra las necesidades de dependencia que experimenta intensamente. El término acercamiento {rapprochement} sugiere el movimiento alternante de alejarse de la madre y de regresar a ella para el “reavastecimiento” emocional {emotional “refueling”}. Los padres sanos no necesitan que el niño permanezca dependiente y desvalido o que tenga completa confianza en sí mismo. Ellos pueden cambiar la manera de relacionarse con el niño por una más apropiada para esta etapa, estando sintonizados empáticamente con las necesidades y los impulsos conflictivos de él. Aún con los mejores padres, el niño está destinado a sentir impulsos conflictivos, tanto en dirección progresiva como regresiva. En este sentido, el conflicto es inherente al desarrollo y no siempre se debe a la insensibilidad de los padres. Algunas veces lo mejor que ellos pueden hacer es solamente estar ahí emocionalmente durante los momentos tormentosos. Tal es la esencia de lo que Winnicott (1965) llamó el ambiente de holding {holding environment}.

En la adolescencia se escuchan ecos de la crisis de acercamiento, y la estructura dejada en el inconsciente influirá en la forma como el joven resuelva las tareas del desarrollo más tardío. La angustia respecto a la afirmación del self, o respecto a la perspectiva de abandonar la casa parental, puede provenir de la activación de factores inconscientes del acercamiento. La naturaleza de las representaciones del self y del objeto que existieron en ese tiempo primitivo determina aún la vivencia del self y del otro.

En la transferencia serán evidentes los conflictos provenientes de este período, el paciente teme perder el interés positivo y el apoyo del terapeuta como venganza por la expresión de sus sentimientos y deseos, y por la afirmación de su voluntad.


3.8 El logro de la identidad y de la constancia objetal 

Al principio de la etapa de acercamiento se constituyen, con el desarrollo del lenguaje, los conceptos “mamá” y “bebé”. Logro conceptual que tiene efectos de organización e integración. Partes aisladas de las representaciones desintegradas del self y del objeto, se unifican cognitiva y estructuralmente bajo el nombre específico, o el símbolo. Hay solo un self que puede ser bueno o malo, estar feliz o furioso, y un solo objeto que se puede experimentar de diversas maneras. Esta integración cognitiva y estructural sienta las bases para una percepción integrada del self, o identidad, y para una visión integrada del otro. Aunque el niño esté enojado con la madre por alguna deprivación o una falla de la empatía, ella sigue siendo la madre amada y valorada en su propio derecho y no únicamente por lo que hace en beneficio del self del niño. O sea que ella es mucho más que un simple selfobjeto de Kohut, si bien puede funcionar como tal algunas veces. El amor neutraliza la ira. No aparecen por ningún lado el odio y la ira indiferentes característicos de una organización más primitiva y de la escisión estructural. El individuo ha logrado la ambivalencia, un hito del desarrollo. A esta altura, el conflicto intrapsíquico (en contraste con el déficit estructural) se vuelve más prominente.


En el estadio más temprano del desarrollo, antes del logro cognitivo que permite reconocer que realmente hay un único self que puede vivenciarse y expresarse de diversas maneras y una única madre afuera a quien puede anunciar toda una variedad de deseos y sentimientos, las representaciones del self y del objeto estaban escindidas sobre la base de la naturaleza del sentimiento y de la emoción que se ponían en juego en la interacción. La madre era totalmente buena, idealizada, adorada, o era totalmente mala y odiada. Cuando se evocaban el odio y la imagen de la madre mala, era como si la madre dejara de existir, como si hubiese sido destruida. En la terapia, la resistencia a (las defensas contra) la emergencia de la ira se puede basar en el temor de destruir el objeto bueno, el terapeuta.

El self diferenciado, complejo, y el sentimiento de tener una identidad singular, son producto de la integración, y proveen la base para una individualidad desarrollada. Dentro del desarrollo sano, con una imagen del otro más realista, las relaciones se definen cada vez más sobre la base del aquí y del ahora, aunque ciertos deseos, actitudes y expectativas, al igual que la naturaleza de las emociones, aún se encuentren teñidas por el pasado olvidado. Sin embargo, el grado de transferencia que opera es mínimo. (La transferencia tiene lugar dentro y fuera de la terapia).

Si bien las representaciones arcaicas del self y del objeto persisten en el inconsciente, el poder del pensamiento y de la percepción dominados por la realidad mitiga su impacto. Las imágenes inconscientes pueden aparecer en los sueños o en la fantasía, o pueden recrearse en producciones artísticas. El hada madrina y la bruja malvada de los cuentos de hadas de la niñez tocan una fibra íntima en niños y adultos por igual, resonando con las imágenes escindidas, ahora inconscientes, que dominaron los primeros meses de la vida. Una serie de  películas de terror sugieren un mundo inconsciente aún más atemorizador activado, quizás, por el incremento de la violencia en el mundo-en-general. En ocasiones podemos anhelar la unidad dichosa de la simbiosis o irritarnos ante lo que percibimos como el engolfamiento en una relación. Pero en general, la percepción de la realidad nos mantiene arraigados firmemente en nuestra propia individualidad y en la del otro. Con las últimas fases de la diferenciación del self y del objeto, ciertas identificaciones permanecen formando parte del self y son vividas como tal. El bebé necesitaba a la madre para que lo confortara y aliviara su ansiedad. Ahora la capacidad de confortar el self y de aliviar la propia ansiedad mediante una variedad de mecanismos psicológicos forma parte del self, y se derivó de aquello que una vez vino de afuera. El proceso de esta transformación se puede observar en la relación que tiene el niño que empieza a caminar con su oso de peluche o su cobija –el así llamado “objeto transicional” (Winnicott 1951).

El “¡bien por ti!” de los padres que reflejó su placer ante el éxito del niño, es expresado ahora por la parte del self conocida como el “superyó” (Freud 1923 a). Schafer estima que esta voz es el “superyó amoroso”. El superyó está compuesto por el yo-ideal (el self que uno desea ser) y la conciencia. El superyó no solamente censura al self por las transgresiones; también lo elogia cuando actúa de acuerdo al yo-ideal y es la fuente de una autoestima sana y segura. Estas identificaciones le permiten a la persona hacer  por sí misma lo que una vez sólo pudo ser hecho por las figuras parentales; ellas son necesarias para el completo desarrollo de la autonomía emocional. Mientras el “objeto constante” sea el otro confiable cuya imagen no fluctúa y que provee el ambiente de holding, la constancia objetal designará las internalizaciones e identificaciones cuyo resultado es una madre buena interna, ahora experimentada como parte del self.

3.9 El complejo de edipo y el surgimiento del triángulo

Con la diferenciación total del self y del objeto, hay una diferenciación más firme de la madre y del padre. El bebé, ciertamente, puede determinar en los primeros meses de vida la diferencia entre ellos, pero en este nivel superior devienen, progresivamente, gente real en vez de selfobjetos en el sentido de Kohut. El género se vuelve cada vez más importante y con él los aspectos de la sexualidad y el erotismo. Aunque, por supuesto, vemos el modelo del “padre preferido” surgir claramente desde muy temprano –algunas veces la madre, otras el padre-  el modelo de las relaciones parentales es, en mayor grado, uno de los elementos bivalentes paralelos. No es sino hasta el período edípico que la percepción del triángulo, de desearlos y necesitarlos a los dos y de desear ser especial para ambos, y las consecuencias de la elección se vuelven importantes para el niño. Reconoce y valora de forma diferente la individualidad de cada padre. La que era una visión  diádica del mundo interpersonal, ahora incluye dos otros significativos. Una competitividad dentro del triángulo orientada en dos direcciones genera nuevos deseos, ansiedades y defensas. El niño quiere que la madre lo prefiera antes que al padre y que éste lo prefiera antes que a la madre. A la par con la envidia, el niño ahora experimenta celos por un rival que a la vez ama. Por lo tanto, se genera una ambivalencia incómoda. Este sentimiento de celos es diferente de los que experimenta por un nuevo bebé a quien no ama a la vez, también. De hecho, podría ser muy feliz ignorándolo por completo.

El desarrollo previo y la naturaleza del mundo representacional interno, influenciarán enormemente la facilidad o dificultad relativas de este estadio. El período edípico coincide en parte con la sección final de la fase del acercamiento del proceso de separación-individuación, entonces los conflictos edípicos agravan las ansiedades del acercamiento. ¿Será castigado el movimiento de la niña hacia el padre con la pérdida del amor maternal? Si la madre no puede favorecer ese movimiento  emocional, habrá una falla en el logro de la constancia objetal (el amor maternal que favorece la individuación) con una predisposición a la depresión que aparecerá cuando la persona se mueva  hacia las metas u objetos deseados. Las actitudes parentales respecto del niño, quien ahora es una pequeña persona cada vez más compleja, influirán sobre la habilidad del niño para resolver este difícil período. Cuando hay fragilidad estructural como resultado de un trauma o déficit evolutivo temprano, el surgimiento de la sexualidad y de los conflictos edípicos realmente pueden traumatizar al niño, conduciendo a defensas regresivas y a la reorganización ea un nivel más primitivo. No se puede tolerar nada de lo que amenace el vínculo de estos niños con el objeto primario.


3.10 La identidad de género

El desarrollo de la identidad de género surge en el contexto del  desarrollo primitivo de las relaciones objetales. En los primeros años se establece la estructura de carácter básica, en términos del mundo interno del self y del objeto y su interacción dinámica, y de la integración de los impulsos instintivos (sexo y agresión) en la representación del self. La estructura subyacente puede formar o limitar el desarrollo posterior, y fuerzas complejas darán por resultado la imagen idiosincrásica que emerge finalmente para cada individuo. No obstante, la identidad nuclear, el sentimiento del self, se constituye antes de la elaboración secundaria de los estadios del desarrollo posteriores a la individuación. Por esta razón, las tareas del desarrollo masculino son más formidables que las del desarrollo femenino. Y es por esta razón que casi todos los desórdenes de la identidad ocurren en los varones.

Kirkpatrick (1990) escribe:

La identidad de género nuclear femenina estable, profunda y compleja toma su inmutabilidad... de la interacción psicológica durante los primeros 18 meses de vida... La identidad de los niños, al igual que su morfología, puede comenzar con la identidad femenina que es entonces conducida por la fuerza biológica, además de las consecuencias psicológicas de la asignación parental, a una identidad masculina diferente. La identidad masculina del niño necesita la intensidad del instinto sexual masculino y es confirmada por el pene, su sensación, sus funciones múltiples y su conducta eréctil. Es un fenómeno secundario y por lo tanto es más frágil que la identidad de género de la niña. (p. 559).

El curso subsecuente de la identidad femenina de la niña, a pesar de las posiciones afectiva y actitudinal que desarrolla con relación a ella, será, una vez establecida, relativamente ininterrumpida. En la matriz temprana de las relaciones objetales se origina la identidad femenina nuclear, por el contrario, la identidad de género del niño depende de su capacidad para  diferenciarse fuera de la matriz. Las presiones biológicas e interpersonales pueden estar en armonía con esta diferenciación. También pueden estar en conflicto.

Coates (1990) establece en su investigación sobre la perturbación de la identidad de género en los niños que la feminidad infantil extrema es parte de un desorden complejo y que la mayoría de estos niños reúnen también  los criterios  para la psicopatología no relacionada al género. Ella misma reporta que la psicopatología de la madre conduce a una dificultad para la resolución del proceso de separación-individuación del niño y para la extinción del movimiento físico autónomo. En algunos casos, puede ser que el niño afeminado se identifique con la madre como una forma de recuperar el objeto perdido, quizá en el contexto de la función maternante {mothering} ambivalente o dominada por las necesidades. Realmente, esto sería una re-identificación que reforzaría, en vez de contrarrestar, la identificación primitiva con el primer objeto de apego. Coates considera que su modelo es interaccionista, y señala que las influencias culturales, familiares, psicológicas y biológicas interactúan para producir el síndrome.

Greenson (1968) se preocupa por la importancia que tiene para el niño el hecho de desidentificarse de la madre al servicio de la seguridad de la identidad de género masculina. Greenson utiliza el término desidentificar para referirse a la lucha del niño por liberarse de la primitiva fusión simbiótica con la madre. Al mismo tiempo, tiene que contraidentificarse con el padre. La disposición de la madre para permitirle al niño identificarse con la figura del padre, la disponibilidad de éste y las razones que él le dé al niño para identificase con él,  determinan el desenlace del proceso. Una parte de tales razones proviene del amor de la madre hacia el padre. Cuando el padre se convierte en un modelo inaceptable para el niño a causa de sus cualidades reales, el proceso se ve comprometido. En algunos casos de la pérdida del padre por muerte o separación antes de la resolución del complejo de edipo,  probablemente la cuestión de la masculinidad se convierta en un problema si no hay otras figuras masculinas que tomen su lugar.

Un hombre homosexual de 35 años ha estado trabajando los problemas de la separación y la individuación en su psicoterapia psicoanalítica. Reportó un incremento del sentimiento de masculinidad lo que acompañó cambios comportamentales significativos en el trabajo y en sus relaciones. A lo largo de estos cambios relató tres sueños perturbadores. En el primero se encontraba en el pueblo donde creció el cual estaba siendo completamente incendiado. Luego soñó que su madre estaba muriendo de cáncer y que él estaba desnudo en una reunión de negocios.  En el último sueño había una incisión en sus testículos y le habían sacado una de sus “bolas”. A partir de sus asociaciones, se elucidaron el conflicto relacional nuclear y la solución con la cual él había respondido. Separarse de sus figuras de apego primarias, de su madre especialmente, equivalía a destruirlos, quedando sólo y vulnerable. Y agrega, “seré destruido por haberlas destruido”. La auto-castración, el compromiso de su sentimiento de masculinidad, no separarse  e individuarse respecto de la madre, era la defensa autodestructiva que había utilizado la mayor parte de su vida. El trabajo analítico con su terapeuta, una mujer, permitió estos importantes cambios en el sentimiento del self y en sus relaciones.

Es muy importante que la terapeuta está informada de las especificidades del desarrollo de la identidad de género masculina. Su actitud y  su respaldo hacia la masculinidad del paciente son necesarios para contrarrestar el impacto de la madre que fue hostil respecto a los hombres y a la masculinidad de su joven hijo. Este no es el espacio apropiado para que la terapeuta exprese {act out} alguna controversia sobre “políticas sexuales”.           

Greenson (1968) sienta la cuestión sobre lo que sucede con la identificación primaria original con la madre de la simbiosis. También se pregunta qué tanto de la identificación con el padre sirve para contrarrestar aquella identificación. Postula que es justamente en este campo donde podemos encontrar una respuesta acerca del por qué muchos hombres no han definido su masculinidad.

El deseo de la niña de ser como el papá no puede representar una identificación real pues no tiene como efecto un cambio en la estructura del self ni en la del superyó. Puede ser una pseudo-identificación y puede representar una ilusión de ser igual que el padre {illusion of twinship} al servicio del deseo de ser especial para él, sobre todo si la niña percibe el placer que le causa al ser ella como él o al ser más como un hijo que como una hija. Esto puede originar la paradójica situación en la cual la hija trata de ganar la atención edípica siendo el hijo. Esta dinámica puede conducirla entonces a encontrarse a sí misma como competidor del padre (y luego de otros hombres), una situación que evoca la confusión y la ansiedad.

La devaluación de la madre y la sobrevaloración del padre debidas a una variedad de razones, pueden conducir a negarse a ser como la madre en cualquier forma y a afirmar la semejanza con el padre. Estas pueden ser pseudo-identificaciones que cumplen un papel defensivo en una situación conflictiva y no conducir necesariamente a un cambio real en el self. Schechter (1968) define el proceso de identificación como “los medios por los que una parte de la estructura psíquica de una persona tiende a volverse como la de otra con la que está relacionado emocionalmente de manera significativa” (p. 50). Diferencia el deseo consciente de ser como otra persona, como pasa en la formación de los ideales, de la tendencia real de ser como otro, de los procesos de desarrollo básicos que conducen a una semejanza estructural. Por el contrario, la identificación defensiva no conduce a una modificación estructural de la representación del self.

En la clínica el terapeuta busca los tipos de conflictos del desarrollo descritos en este capítulo a medida que aparecen en el material del paciente o en la misma relación terapéutica. Ellos serán utilizados para la que el paciente logre comprenderse a sí mismo y comprender cómo se ubica en el mundo. También se utilizarán directamente al servicio de la curación y del crecimiento psicológico del paciente.

La resolución exitosa de las tareas evolutivas de los primeros años de vida da por resultado un sentimiento de “poder intrínseco” (Horner 1989). Tal poder es definido en términos de identidad (yo soy), competencia (yo puedo) e intencionalidad (yo quiero). Con un sentimiento de poder intrínseco saludable, el niño está bien equipado para enfrentar los retos de los años que vendrán.

Tomado de:     “PSYCHOANALYTIC OBJECT RELATIONS
                          THERAPY”         
                          ALTHEA J. HORNER, Ph. D.
                          Jason Aronson inc.
                          Northvale, Newjersey
                           London

Traducción de: HORACIO MANRIQUE TISNÉS.
                           Estudiante de psicología U. de A.

PROCESO PSICOANALÍTICO Y RELACIONES OBJETALES

Juan Tubert-Oklander2

La teoría de las relaciones objetales puede verse, según como la definamos, como un capítulo de la teoría psicoanalítica freudiana o como una de las versiones contrastantes de la teoría psicoanalítica que existen en la actualidad. La posición del autor se ubica en la segunda línea de pensamiento, ya que cuestiona la hipótesis de que las pulsiones impersonales a la búsqueda de descarga tensional constituyen el principal —o tal vez el único— sistema motivacional del ser humano. La teoría de las relaciones objetales plantea la existencia de una necesidad primaria de objetos, que no puede reducirse a la búsqueda del placer.

Si uno acepta la existencia de esta búsqueda primaria de relaciones, esto cambia nuestra comprensión del proceso psicoanalítico. El trabajo describe, brevemente, cómo puede verse este proceso a partir de una concepción que privilegia el vínculo analítico como factor terapéutico fundamental.

La teoría de las relaciones objetales puede verse, según como la definamos, como un capítulo de la teoría psicoanalítica freudiana, o como una de las versiones contrastantes de la teoría psicoanalítica que existen en la actualidad (Kernberg, 1976). Mi propia perspectiva se ubica en la segunda línea de pensamiento, por lo que dejaré de lado las consideraciones referentes al concepto de objeto en la obra de Freud. En particular, el concepto de “objeto de la pulsión” poco o nada tiene que ver con la forma en que se concibe al objeto en la teoría de las relaciones objetales.

El objeto de la pulsión es aquella entidad —ya sea externa al cuerpo del sujeto o parte del mismo— que permite la descarga de tensión pulsional, generadora de placer, a través de una conducta consumatoria que constituye el “fin” de la pulsión. En este contexto, el objeto es el elemento más variable de la dinámica pulsional, ya que es infinitamente reemplazable (Freud, 1915).

En cambio, cuando hablamos de objeto en la teoría de las relaciones objetales nos estamos refiriendo siempre a un “objeto humano”, es decir, a una persona, una parte de una persona, o una imagen más o menos distorsionada de éstas. Aquí el objeto deja de ser impersonal y reemplazable, para volverse intensamente personal. No es el objeto de una pulsión, un mero requisito para la obtención del placer, sino un objeto de amor o de odio, que el yo busca para encontrar respuesta a su necesidad de relación. Y, una vez encontrado, estos sentimientos quedan tan ligados a ese objeto específico, que sólo a través de un duro y difícil trabajo de duelo podrá abandonarlo y volver a colocarse en las condiciones que permitirían una nueva elección.

Esta concepción se origina también, desde luego, en la obra de Freud, particularmente en “Duelo y melancolía” (Freud, 1917) y “El yo y el ello" (Freud, 1923). Recuerdo que un analista brasileño me dijo, en una ocasión, que “La metapsicología se murió con ‘Duelo y melancolía’, ¡y todavía la estamos duelando!”.  Por otra parte, también en “Los instintos y sus destinos” (Freud, 1915) encontramos un detallado argumento para demostrar que el amor y el odio no son en absoluto pulsiones, sino expresiones de “la relación del yo total con sus objetos”.

Una forma de definir la teoría de las relaciones objetales es afirmar que ésta pretende dar cuenta de cómo la experiencia de la relación con los objetos genera organizaciones internas perdurables de la mente. En otras palabras, se trata del desarrollo, hasta sus últimas consecuencias, de la hipótesis de que las estructuras psíquicas se originan en la internalización de las experiencias de relación con los objetos. Existe, desde luego, una interacción entre la internalización de las experiencias de relación, por una parte, y la actualización de las estructuras relacionales internalizadas, encarnándose en nuevas relaciones, que a su vez serán internalizadas. En consecuencia, la vida de relación toma la forma de un proceso circular, semejante a los descritos por los teóricos de los sistemas generales (Bateson, 1972; Foerster, 1991).

Como puede apreciarse, esta teoría permitiría integrar, en forma armoniosa, los elementos “internos” y “externos” de la experiencia humana, ya que investiga y conceptualiza la influencia de las relaciones interpersonales “externas” sobre la organización de las estructuras mentales “internas”, así como la forma en que estas últimas determinan las nuevas relaciones interpersonales que se establecen posteriormente.

Sin embargo, la antigua discusión sobre lo “interno” y lo “externo” continúa siendo una importante fuente de conflicto en psicoanálisis. En la medida en que nuestra tradición ubica el origen oficial del psicoanálisis en el abandono de la mal llamada “teoría de la seducción”, esto ha sido el origen del prejuicio que afirma que toda muestra de interés por los factores “externos” simplemente “no es psicoanálisis” (Tubert-Oklander, 1994). Éste fue el principal motivo del violento rechazo padecido por Sándor Ferenczi cuando pretendió reformular el problema teórico-clínico del efecto estructurante de las experiencias reales de maltrato vividas por los niños (Masson, 1984).

A partir de ese momento, el desarrollo de la teoría de las relaciones objetales se bifurcó en dos corrientes. La primera de ellas, iniciada por Karl Abraham (1924) y posteriormente desarrollada por Melanie Klein y su escuela (Klein, 1932; Klein, et al., 1952), enfatiza la determinación pulsional de la experiencia de la relación con el objeto y concentra su atención en el objeto interno y su efecto determinante sobre la vida posterior del sujeto. La segunda, que proviene de la obra de Sándor Ferenczi (1955, 1985), y se continúa con la de Michael Balint (1965, 1968), Donald W. Winnicott (1958, 1965, 1971), M. Masud R. Khan (1974, 1979, 1988), W. Ronald Fairbairn (1952), Harry Guntrip (1961, 1968, 1971), Charles Rycroft (1966, 1968, 1979), Marjorie Brieley (1951) y otros autores de la llamada “escuela británica”, así como también con la de Erik Homburger Erikson (1950, 1968, 1987) y, más recientemente, con la “psicología del self” de Heinz Kohut (1971, 1977, 1984), enfatiza el efecto estructurante que la relación real con el objeto y con el entorno cultural tiene sobre el psiquismo. Otto Kernberg (1976), por su parte, intenta integrar ambas versiones en una visión más sistémica de la interacción entre sujeto y objeto, entre lo interno y lo externo.

Todo lo anterior determina formas bien diferentes de concebir la naturaleza, objetivos y curso del proceso analítico. Denominaré “teoría de las relaciones de objeto”, en el contexto de esta discusión, a aquella línea de pensamiento que proviene de las propuestas originales de Freud en “Duelo y melancolía” (1917) y “El yo’ y el ello” (1923), pasando a través de las contribuciones pioneras de Ferenczi, para desembocar en las del “grupo intermedio” británico, de Erik Erikson y de la “psicología del self” de Kohut y su escuela. Esta visión destaca la importancia de la matriz interpersonal y social de la que se nutre y en la que crece la organización de la vida psíquica del individuo. Esto por oposición al “psicoanálisis freudiano clásico” —al que considero una versión unilateral y empobrecida del complejo universo abierto por la obra de Freud— y la “teoría de la fantasía inconsciente” de Klein y sus discípulos, con su énfasis en los determinantes exclusivamente intrapsíquicos y pulsionales.

La teoría de las relaciones objetales rompe desde un comienzo con la teoría de las pulsiones al destacar otras motivaciones del ser humano, no relacionadas con la búsqueda del placer impersonal, sino con las necesidades de relación, altamente personales. Es por eso que Fairbairn afirmó que “la libido es esencialmente buscadora de objetos” (pág. 163) y no de placer.  En la misma línea, Winnicott (1960) distinguió entre las “necesidades del ello”, es decir, los deseos pulsionales, y las “necesidades del yo”. De estas últimas afirmó que no es adecuado decir que se gratifican o se frustran, ya que nada tienen que ver con la búsqueda del placer como descarga, sino que simplemente encuentran respuesta en el objeto, o no la encuentran.  Estas necesidades incluyen anhelos tales como el de ser visto, reconocido o comprendido, o el de compartir la propia experiencia subjetiva con otro ser humano. Cuando éstas no encuentran respuesta, la reacción emocional del sujeto no es de frustración, sino de vacío y desesperanza. Cuando sí la encuentran, lo que surge no es una experiencia de placer sino de armonía y plenitud.

El reconocer la importancia esencial de estas necesidades de relación objetal no supone en absoluto ignorar la vigencia de los deseos pulsionales —sexuales y agresivos. Estos existen, indudablemente, pero en condiciones normales sólo se manifiestan en el contexto de relaciones altamente personales. En ello, la norma es el deseo sexual como parte del amor objetal, y el deseo agresivo como parte del odio objetal, ambos indisociables de las personas a quienes se dirigen. La lujuria y la ira impersonales sólo se manifiestan en situaciones de descomposición de la integridad de la personalidad, que permiten la operación de esos mecanismos disociados de búsqueda del placer a los que Freud denominara “pulsiones” (Kohut, 1981).

A partir de estas consideraciones, el proceso analítico ya no puede concebirse como organizado alrededor del “hacer consciente lo inconsciente”, sino en términos de una evolución progresiva del vínculo personal que se establece entre el paciente y el analista. La estrategia básica del tratamiento consistiría en la resolución de los fenómenos de transferencia-contratransferencia y de resistencia que obstaculizan el logro de un encuentro humano pleno, novedoso, creativo y mutuamente empático entre ambos participantes en la experiencia. Y dicho encuentro constituye el principal factor curativo de todo este intercambio (Tubert-Oklander, 1981, 1994; Hernández de Tubert, 1995, 1996).

El vínculo analítico oscila, como todas las relaciones humanas, entre los polos representados por la objetivación del otro, tomado como un “objeto” a conocer, explicar, manejar o explotar, y el encuentro intersubjetivo. Los pacientes llegan a tratamiento porque, en su vida emocional, las relaciones se han deshumanizado, objetivándose, al punto de que llegan a tratar a los demás seres humanos como “cosas” a ser utilizadas para su propia conveniencia o placer. Esta degradación de las relaciones alcanza también al medio ambiente no humano (Searles, 1960), que pasa a revestir características inanimadas, y al propio ser, que se despersonaliza y desvitaliza, llegando a tornarse, en algunas de las patologías más graves, en una grotesca caricatura mecánica de un ser humano (Tustin, 1972, 1981, 1986, 1990). Lo mismo ocurre con la historia, que pierde su vitalidad, transformándose en un pasado muerto, solo susceptible de actuar como una “causa” mecánica e impersonal de un presente absolutamente predeterminado.

Ésta es precisamente la situación que debe resolverse en el curso del tratamiento analítico. A tal fin, el analista debe maniobrar para resolver las múltiples trampas relacionales que mecanizan y estereotipan el vínculo, deshumanizándolo e impidiendo aquel encuentro que reavivaría ese mundo muerto en el que se debate el paciente. A esto lo llamamos el “análisis de la transferencia”, si bien resultaría mucho más adecuado denominarlo “análisis de la transferencia-contratransferencia” (Racker, 1960; Baranger y Baranger, 1969).

El diálogo analítico comienza como un encuentro entre dos extraños, que sólo pueden percibirse como “objetos” a conocer y sobre los cuales habrá que operar, en formas más o menos racionales. Éste es el momento de máxima objetivación del otro, en el cual éste sólo puede ser explicado, pero no comprendido (Jaspers, 1946). Esta situación pronto da lugar al mutuo involucramiento de la transferencia-contratransfrencia. En ese momento, el analista se encuentra con que el paciente, al igual que él mismo, si bien no son extraños tampoco le resultan totalmente comprensibles, ya que existen importantes áreas de su experiencia mutua que han sido secuestradas de la relación, operando desde lo inconsciente. De esta nueva situación busca rescatarse por medio de la interpretación. Esta última es una operación intelectual —mucho menos objetivante y despersonalizada que la explicación— que media entre estas dos personas que no han podido todavía encontrarse, actuando a la manera de un puente que los une y los separa a la vez, pasando por encima del abismo de su mutuo extrañamiento. En esta circunstancia, el paciente ya no se nos presenta con un ente impersonal a ser explicado en términos causales, ya que su presencia y su accionar nos han herido en lo más profundo de nuestra intimidad, tornando personal la relación. Sin embargo nuestras mutuas defensas nos tornan todavía extraños el uno para el otro. Es en esta paradójica situación de ser a la vez objetos totalmente ajenos y personas intensamente comprometidas en lo emocional que debemos recurrir a la interpretación, como la única forma de reunir estas dos visiones incompatibles en un todo armonioso (Tubert-Oklander, 1994). Cuando tenemos éxito, logramos pasar, tal vez sólo por breves momentos, a un nuevo entendimiento intersubjetivo, en el que el otro se torna nuestro semejante y en el que logramos comprenderlo empáticamente, sin que medie operación intelectual alguna, ni explicativa ni interpretativa.  Esto constituye una nueva vía para el conocimiento del ser humano, a la que Kohut (1981) denominara la “inmersión empática total”.

Pero estos breves encuentros pronto ceden su lugar a nuevos momentos de extrañamiento, en los que tendremos que lidiar, con todos nuestros recursos, para recuperar el contacto con ese desconocido que tenemos enfrente. Y así volveremos a explicar, hasta que nos encontremos en condiciones de interpretar, e interpretaremos una y otra vez, hasta que la repentina comprensión torne innecesarias todas estas operaciones. El proceso se desarrolla así como una espiral progresiva, en la cual cada vuelta del ciclo nos acerca un poco más a ese intercambio pleno, novedoso y creativo que denominamos la “relación real” (Greenson, 1967; Tubert-Oklander, 1991). De esta forma van cediendo los aspectos repetitivos y estereotipados de la relación, iluminando los rincones más oscuros de la experiencia de ambos y revitalizando aquellas áreas muertas e inanimadas que transforman al paciente en una especie de autómata causalmente determinado. Entonces el pasado y el presente cobran una nueva vida, abriendo el camino para un futuro difícil e indeterminado, pero pleno de esperanzas. Éste es el momento en el que paciente y analista comienzan, paradójicamente, a pensar en su separación. 

A lo largo de todo este proceso, la relación del paciente con su familia, amigos, enemigos, vecinos y compañeros de trabajo ha sufrido también un proceso de reanimación, revitalización y rehumanización (Solís Garza, 1981; Tubert-Oklander, 1987, 1996). Lo mismo ha ocurrido con sus relaciones consigo mismo, con su cuerpo, con la comida, con sus necesidades físicas y emocionales, con el trabajo, con la sociedad y con su entorno físico y ecológico. Si esta evolución ha resultado exitosa, ya no le resultará posible deteriorar impunemente el medio ambiente, actuar en formas deshonestas o abusivas con sus semejantes, explotarlos en el terreno sexual, agresivo, económico o narcisista, o aceptar pasivamente unas condiciones de vida inadecuadas o un trabajo enajenante. En otras palabras, se habrá convertido en una mejor persona, si bien esto no deja de provocarle problemas, ya que se encuentra ahora mucho menos adaptado a un medio poco adecuado para la existencia humana. Pero allí donde acaba la adaptación pasiva a la realidad, se inicia el largo y difícil camino de la adaptación activa, a de través acciones transformadoras de ese entorno inhóspito. Camino que no es fácil ni agradable, y que implica una larga lucha y un arduo trabajo pero, al fin y al cabo, ¿no  es ésta, acaso, la esencia de la vida humana?

Espero haber logrado transmitir, en esta breve comunicación, algunos de los aspectos esenciales de la forma en que concibo el desarrollo de un proceso analítico, en el contexto de esa particular concepción del ser humano a la que denominamos “teoría de las relaciones objetales”. Confío en que esta particular versión de lo que hacemos en nuestro trabajo clínico cotidiano, nos dé la oportunidad de abrir una enriquecedora y vital discusión acerca de cómo concebimos nuestra profesión.

Referencias

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