El término relaciones objetales se refiere a
estructuras intrapsíquicas específicas, a un aspecto de la organización del yo
y no a las relaciones interpersonales. Sin embargo, estas estructuras
intrapsíquicas, las representaciones mentales del si – mismo y otros (el
objeto), si se manifiestan en la situación interpersonal. Esto es, “el mundo
interno de las relaciones objetales determina de una manera fundamental la
relación del individuo con las personas en el mundo exterior. Este mundo…es
básicamente el residuo de las relaciones del individuo con las personas de las
que dependía para la satisfacción de necesidades primitivas en la infancia y
durante las etapas tempranas de la maduración.”
El concepto no es nuevo en el pensamiento
psicoanalítico, y los precursores de la moderna teoría de las relaciones
objetales están presentes en la obra de Freíd. Tan temprano como en el año de
1923 se refirió al yo como el repositorio de objetos abandonados. Aún así, el
foco temprano del psicoanálisis sobre el objeto estaba formulado en términos de
elección objetal en relaciones libidinalmente investidas antes que como parte
estructural de la personalidad. Lo que es nuevo es el cambio de foco y el
énfasis con el cual el pensamiento relacional objetal se ha vuelto central,
antes que periférico, en la comprensión y el tratamiento psicoanalíticamente
orientado de la persona.
También cambiante es la visión del papel de la
pulsión en el desarrollo del individuo. La relación entre teoría pulsional y
teoría de las relaciones objetales varía de autor en autor. El papel de la
agresión pulsional es central al pensamiento de Kernberg (1976). El enfatiza la
importancia de la pulsión agresiva en sí misma y sus propias vicisitudes en la
génesis del narcisismo patológico.
En la otra punta del espectro está la visión,
planteada en el presente trabajo, de que la pulsión es solo un aspecto de la
experiencia. Los controles del yo son el resultado de esta integración. El fracaso
en adquirir el control de la pulsión agresiva sugiere un fracaso de los
procesos de organización que llevan a la estructuración del yo, y del si –
mismo en particular. La estructuración de la pulsión, o la estructuración del
afecto, da cuenta de su integración dentro de una representación del si – mismo
cohesionada y en relación con el objeto.
Para que podamos entender el concepto de relaciones
objetales y sus complejas ramificaciones, es útil considerar como surgen estas
estructuras, pensar en términos de los procesos mentales tempranos por medio de
los cuales el recién nacido organiza su mundo en patrones significativos. Un
patrón básico es el del si – mismo – la representación del si – mismo- en tanto
que la otra es la representación del objeto – la representación objetal. El
objeto se refiere a la persona (o personas) maternante primaria en el ambiente
del bebé y del niño pequeño. Las relaciones dinámicas y estructurales entre las
representaciones del si – mismo y las representaciones del objeto constituyen
lo que denominamos relaciones objetales.
Estos patrones evolucionan durante los tres o
cuatro primeros años de vida y constituyen la base para las configuraciones
mentales duraderas. En el desarrollo sano estas estructuras intrapsíquicas
continúan siendo modificadas durante toda la vida por la experiencia. Pero en
el desarrollo patológico se organizan desde muy temprano de una manera rígida y
distorsionada que resulta en fijaciones en niveles patológicos e infantiles del
desarrollo en ciertos aspectos del sentir, pensar y comportarse. La naturaleza
de esta evolución, sus estadios y procesos (horner 1975) constituyen un marco
contextual evolutivo que nos permite entender tanto el desarrollo normal como
el patológico, sus consecuencias para el carácter del adulto y sus
implicaciones para el tratamiento del paciente adulto. Esto significa que,
podemos esperar encontrar ciertos tipos de perturbaciones asociadas con fallas
maternas y/o la incapacidad del niño para responder al maternaje normal en cualquiera
de estos estadios del desarrollo o durante los procesos transcisionales que
llevan de un estadio al siguiente.
Blank y Blank (1974) estiman que conceptos tales
como internalización y relaciones objetales son básicos para una psicología
evolutiva psicoanalítica, y que estos conceptos son centrales a consideraciones
tanto de teoría como de técnica. La estructuración de la personalidad comprende
internalización de representaciones de objeto, esto es, el proceso de hacer
aquello que alguna vez fue externo, parte del si – mismo. “la psicología
psicoanalítica es psicología evolutiva en tanto que da cuenta de la
estructuración de la personalidad desde el nacimiento en adelante”.
Blank y Blank establecen un paralelo entre la
patología de las estructura fronteriza y psicótica con patología de las
relaciones objetales, en tanto que el desarrollo del ser humano procede al
interior de la díada madre – hijo. Es su punto de vista, que la terapia debe
dirigirse a esta característica del desarrollo. Esto es, lo que el terapeuta
dice y hace en la situación del tratamiento debe ser elaborada sobre la
formulación evolutiva y el diagnóstico de carácter.
Los procesos tempranos de organización llevan a la
estructuración del yo en general y de las relaciones objetales en particular.
Los psicólogos del yo conciben las relaciones objetales como una función del
yo.
Según Beres (1956) estas funciones son:
- Relación con la
realidad
- Regulación y control
pulsional
- Relaciones objetales
- Procesos de
pensamiento
- Funciones defensivas
- Funciones autónomas
- Función sintética
Hartmann (1964) describió inicialmente los niveles
de desarrollo de las relaciones objetales como parte de su psicología del yo.
El presente texto comparte esta perspectiva evolutiva pero relaciona todos los
demás aspectos del desarrollo del yo al desarrollo de las relaciones objetales,
que es considerado como central. Este viraje de de una psicología del yo hacia
una teoría de relaciones objetales refleja el énfasis sobre el papel central
del desarrollo de las relaciones objetales en la estructuración general del yo.
De la definición del funcionamiento del yo tal como
es planteada por Beres, la función sintética aparece como fundamental,
representando por derecho la tendencia innata y la capacidad del organismo para
asimilar, organizar e integrar sus experiencias desde el inicio mismo. Aún
cuando esta tendencia es innata en el organismo, aún en un niño orgánicamente
competente estas capacidades pueden verse sobrecargadas por condiciones
ambientales excesivamente caóticas o perturbadoras.
Con relación al resto de funciones, la calidad de
las relaciones objetales a medida que ellas mismas se desarrollan, proveen la
matriz al interior de la cual las otras funciones se desplegarán. Incluyendo
entre estas, funciones que son esencialmente autónomas en tanto son la
manifestación de la maduración biológica del niño, caminar, hablar, pensar,
sentir, etc. La autonomía de estas funciones puede darse por sentada hasta que
observamos desviaciones en su desarrollo como consecuencia de relaciones
objetales perturbadas. Y cuando estas funciones se desarrollan enteramente por
fuera de la órbita de las relaciones de objeto, de una manera aparentemente
libre de conflictos, ocurren serias repercusiones con respecto al sano
desarrollo de la autoestima. En esta instancia, el ejercicio de las funciones
autónomas está asociado con la pérdida de objeto, y pueden ser asimiladas en
una estructura patológica de si mismo grandioso.
El trabajo de Hilde Bruch (1973) sobre la
conciencia del hambre ilustra como “funciones aparentemente innatas,
específicamente el hambre, requieren experiencias tempranas de aprendizaje para
poder ser organizadas en patrones de comportamiento diferenciados y útiles”.
Ella reconoce como crucial en muchos pacientes con serios desordenes
alimenticios “el delirio básico de no poseer una identidad propia, ni aún de
poseer su propio cuerpo ni sus sensaciones”. En resumen, Bruch relaciona los
desórdenes alimenticios con el desarrollo desviado de las relaciones objetales.
Por ejemplo, en la anorexia nerviosa la relación con la comida es una
manifestación de la relación con el objeto. La necesidad de protegerse de una
madre invasiva, devoradora (necesidad manifiesta en el rechazo de alimento y lo
movilización del si – mismo grandioso como defensa contra la pérdida objetal)
alterna con “hambre de objeto” (que se manifiesta en la bulimia y en la
prontitud a la fusión).
En un estudio sobre los desórdenes del lenguaje y
la comunicación en niños, Wyatt (1969) concluye que una relación continua, sin
rupturas y plena de afecto entre una madre y su bebé provee la condición óptima
para aprender con éxito una lengua. Esta óptima manera de relacionarse se
“manifiesta en comunicación frecuente y apropiada, tanto verbal como no
verbal”.
Wyatt también señala que tanto el sentido como el
aprendizaje del lenguaje están imbuidos en la relación total con la persona
maternante. Las lenguas, para un niño pequeño no pueden ser convertidas en
abstractos sistemas simbólicos para ser intercambiadas a voluntad.
Con respecto a la función de la realidad del yo, el
desarrollo del sentido de realidad también ocurre al interior y a través de la
relación con la madre. “el paso transitorio más importante en la adaptación a
la realidad”, escribe Malher (1952), es aquel “en el cual la madre va quedando
gradualmente por fuera de la órbita omnipotente del si mismo”. Ella se refiere
aquí a la individuación y separación de la fusión simbiótica con la madre.
En su elaboración del concepto de falso self,
Winnicott (1965) señala que la madre sirve de puente entre las experiencias del
si – mismo que se originan en su interior y aquellas que se originan en el
mundo exterior de la realidad.
Como tal, sus intervenciones hacen posible la
consolidación de una representación de si – mismo relacionada con la realidad,
o sea, una identidad basada en un si – mismo real. Cuando la madre falla en
esta función, el verdadero si – mismo es apartado de la realidad y puede
organizarse de manera delirante.
Y así, si vemos el si – mismo desarrollándose en el
contexto de la matriz madre – hijo, y esto incluye todas las facetas de ese si
– mismo, incluyendo la manera como controla sus impulsos, la manera como
utiliza su intelecto potencial, o la manera como estructura la realidad,
entonces podemos esperar encontrar una correspondencia entre perturbaciones de
dicho si – mismo psicológico y la naturaleza de la relación con el objeto
maternante primario. Esto se manifestará en la historia evolutiva del
individuo, en la naturaleza de su mundo psicológico interno, en la calidad de
sus relaciones actuales y su funcionamiento, y en particular, en la calidad de
la relación con el terapeuta.
Mientras que los psicólogos del yo conciben las
relaciones objetales como una de las funciones del yo, los teóricos de las
relaciones objetales hacen énfasis en que todos los aspectos del funcionamiento
yoico se organizan al interior de la representación del si – mismo en el
desarrollo sano y no pueden ser separadas de este. El fracaso de tal
organización es considerado entonces como una patología del si – mismo (Kohut
1971 – 1977).
Tener en cuenta los procesos básicos de
organización clarificará cómo surgen estas estructuras, las configuraciones
mentales internas del si – mismo y el objeto y sus interrelaciones. Cuál es la
naturaleza del proceso? Qué es lo que se organiza? Qué interfiere con él? Cuál
es el resultado de su fracaso?
El paradigma de las relaciones objetales, aunque
potente en su utilidad explicativa y clínica, puede ser una
sobresimplificación. Necesitamos observar mas de cerca, lo que sucede en la
construcción de las representaciones mentales del si – mismo y el objeto
durante cada uno de los principales estadios del desarrollo. Sólo entonces
podremos detectar ciertos defectos en la organización y en la integración del
si – mismo en sus más tempranos estadios de su evolución, defectos que se
revelarán a sí mismos mas tarde cuando el impulso del desarrollo se vea
impedido por su existencia. Esto es particularmente cierto en el paciente
fronterizo. A causa de una defectuosa organización temprana la pareja
simbiótica aún se necesita, como una especie de prótesis, para que el si –
mismo mantenga algún grado de organización. La conciencia de separación, que es
inevitable en el proceso de separación – individuación, evoca intensa y severa
ansiedad de separación con esfuerzos restitutivos dirigidos hacia la
eliminación del peligro psíquico, el peligro de la disolución del si – mismo.
TRABAJOS
ESENCIALES SOBRE LAS RELACIONES OBJETALES
PARTE I: INSTINTOS,
PULSIONES vs RELACIONES OBJETALES
·
Tres ensayos sobre teoría sexual : Freud
·
Una contribución a la psicogénesis de los estados depresivos: M Klein
·
Una revisión psicopatológica de la psicosis: Fairbairn
·
La represión y el regreso de los objetos malos: Fairbairn
·
Concepto de Objeto y elección de objeto: Jacob Arlow
·
Génesis de las relaciones objetales: Rene Spitz
·
Estructura de la personalidad e interacción Humana
PARTE II: RELACIONES
OBJETALES Y EL DESARROLLO DEL NIÑO
·
La
naturaleza del Vínculo afectivo con su madre: John Bowlby
·
Estudios
II: Margaret Mahler
·
Teoría
de las relaciones entre padres e hijos: Donald W. Winnicott
·
objetos
transicionales y fenómenos transicionales: Winnicott
·
Sobre
el desarrollo de las relaciones objetales y los afectos: Joseph Sandler
·
El
si mismo y el mundo objetal: Edit Jacobson
PARTE III: RELACIONES
OBJETALES: PSICOPATOLOGIA Y CLÍNICA
·
Introducción
al Narcisismo: Freud
·
Elección
objetal narcisista en mujeres: Annie Reich
·
Problemas
transferenciales en los pacientes con depresión severa: Edit Jacobson
·
Conflicto
psicótico y realidad: Edit Jacobson
·
Relaciones
objetales primitivas y su predisposición a la esquizofrenia: Arnold Mode
·
Derivados
estructurales de las relaciones objetales: Otto Kernberg
·
La
teoría de las relaciones objetales y psicoanálisis clínico: Otto Kernberg
·
Trastornos
severos del carácter: Otto Kernberg
·
Sobre
la acción terapéutica del psicoanálisis: Has W Loewald
·
La
enfermedad o queja: T.F. Main
·
Mi
experiencia de análisis con Fairbairn y Winnicott: Harry Guntrip
·
Una
base segura: aplicaciones Clínicas de una teoría de apego: J. Bowlby
NIVELES
DE LAS RELACIONES OBJETALES
Los
teóricos de las relaciones objetales consideran que la gente puede ser
entendida en términos del nivel que ha alcanzado de tales relaciones (Blatt y
Lerner 1983; Hamilton 1989; Westen 1991). Recuerde que la idea fundamental de
las teorías de las relaciones objetales es que tenemos modelos de trabajo
internos del yo y otros; estos “objetos” internos influyen enormemente en
nuestros sentimientos hacia nosotros mismos y nuestro trata con otras personas.
Tanto más avanzado sea nuestro nivel de desarrollo de las relaciones objetales
mejores serán nuestro autoconcepto y nuestras relaciones interpersonales. En
concordancia con este punto de vista, se ha demostrado que el nivel de las
relaciones objetales de los adultos es un buen pronosticador de su funcionamiento
interpersonal.
Westen 1991
ha propuesto que el nivel de relaciones objetales de una persona tiene 4
aspectos:
1. La complejidad de las
representaciones
2. El tono emocional
3. La capacidad para la
inversión emocional
4. La comprensión de la
causalidad social.
CINCO NIVELES EN EL DESARROLLO DE LAS RELACIONES OBJETALES
COMPLEJIDAD DE LAS REPRESENTACIONES DE PERSONAS
|
TONO EMOCIONAL DE LAS REPRESENTACIONES DE LAS PERSONAS
|
CAPACIDAD PARA LA INVERSIÓN EMOCIONAL
|
COMPRENSIÓN DE LA CAUSALIDAD SOCIAL
|
APARIENCIA PSIQUÍATRICA
|
|
Nivel 1
|
Las personas no se
diferencian claramente; confusión de puntos de vista
|
Representaciones malévolas,
violencia gratuita o burdo descuido por parte de los otros significativo
|
Orientación gratificante de
la necesidad; profunda autopreocupación
|
Descripciones no causales o
burdamente ilógicas de acontecimientos psicológicos e interpersonales
|
Autismo/ esquizofrenia
|
Nivel 2
|
Representaciones sencillas,
unidimensionales; enfoque en las acciones; los rasgos son globales y
univalentes
|
Representación hostil, vacía
o caprichosa de las relaciones, pero no profundamente malévola; gran soledad
o decepción en las relaciones
|
Inversión limitada en
personas, relaciones y normas morales; intereses conflictivos reconocidos,
pero la gratificación sigue siendo el objetivo primordial; normas morales
inmaduras y no integradas o que se obedecen para evitar el castigo
|
Comprensión rudimentaria de
la causalidad social; errores lógicos menores o transiciones no explicadas,
causalidad sencilla de estímulo respuesta
|
Trastornos de personalidad
|
Nivel 3
|
Menor elaboración de la vida
mental o la personalidad
|
Representaciones mixtas con
tono moderadamente negativo
|
Inversión convencional en
personas y en normas morales; compasión, reciprocidad u orientación de ayuda
estereotípicas; sensación de culpa en las trasgresiones morales
|
Causalidad compleja,
precisa, de la situación y comprensión rudimentaria del papel de los
pensamientos y sentimientos en la acción mediadora
|
Trastornos de ansiedad
|
Nivel 4
|
Se amplía la apreciación de
la complejidad de la experiencia subjetiva y de las disposiciones de la
personalidad; ausencia de representaciones que integren la historia de la
vida, la subjetividad compleja y los procesos de personalidad
|
Representaciones mixtas de
tono neutral o equilibrado
|
Inversión madura,
comprometida, en relaciones y valores; empatía e interés mutuos; compromiso
con valores abstractos
|
Se amplía la apreciación del
papel de los procesos mentales en la generación de pensamientos,
sentimientos, conductas e interacciones interpersonales
|
Funcionamiento adecuado
|
Nivel 5
|
Representaciones complejas,
que indican comprensión de la interacción de la experiencia psicológica
momentánea y duradera; comprensión de la personalidad como un sistema de
procesos que interactúan entre sí y con el ambiente
|
Representaciones
predominantemente positivas; interacciones benignas y enriquecedoras
|
Autonomía del sí mismo en el
contexto de las relaciones comprometidas; reconocimiento de la naturaleza
convencional de las reglas morales en el contexto de las normas
cuidadosamente consideradas o del interés por personas o relaciones concretas
|
Apreciación compleja del
papel de los procesos mentales en la generación de pensamientos,
sentimientos, conductas e interacciones interpersonales; comprensión de los
procesos inconscientes de motivación
|
Funcionamiento superior
|
TRADUCCIÓN DE TERAPIA PSICOANALÍTICA DE RELACIONES OBJETALES.
ALTHEA HORNER
1 DEFINICIÓN DE LA
TERAPIA PSICOANALITICA DE LAS RELACIONES OBJETALES
La terapia psicoanalítica es la aproximación a la
psicoterapia que se basa en la teoría psicoanalítica clínica y del desarrollo.
Esta teoría, desde sus comienzos con Freud, ha evolucionado a lo largo del
último siglo, particularmente en los últimos 25 a 30 años, y
continúa evolucionando. La terapia psicoanalítica puede o no usar las técnicas
específicas asociadas al psicoanálisis, tales como el uso del diván o una
exigencia de 4 a 5 sesiones por semana. Cooper (1990) señala que “el
intento tradicional de definir el psicoanálisis por un número [de sesiones] y
por una técnica más que por un proceso, trivializa el análisis. Las diferencias
entre el psicoanálisis y la psicoterapia son muy confusas...”(p.189). Él
augura que el psicoanálisis americano se interesará cada vez más en la
psicoterapia, y ya vemos institutos psicoanalíticos ofreciendo un certificado
en psicoterapia psicodinámica.
La terapia psicoanalítica de las relaciones
objetales integra conceptos partiendo de una manera particular de
concebir la organización psíquica humana y la organización, el comportamiento y
las relaciones interpersonales, que son la esencia de esta teoría. En el
siguiente capítulo la discutiremos con más detalle. Los estudios sobre la
psicoterapia enfatizan su utilidad al indicar claramente la correspondencia
entre un buen resultado y el foco en el tratamiento de los conflictos
relacionales nucleares. Tales conflictos son una manifestación de la estructura
psíquica interna conocida como las relaciones objetales. Derivada
de la más primitiva matriz interpersonal dentro de la que se desarrolla la
psique, la estructura interna de las relaciones objetales también funciona como
un prototipo de las relaciones interpersonales del aquí y el ahora. La
patología de las relaciones objetales –o sea, la patología de la organización y
de la estructura de la psique- se manifiesta en la perturbación de las
relaciones interpersonales.
Los principios básicos o los conceptos comunes al
psicoanálisis y a la terapia psicoanalítica son (1) la existencia de una mente
inconsciente que participa, en mayor o menor grado, en la motivación y en la
conducta humana –desde la perspectiva de las relaciones objetales, este
inconsciente está organizado de una manera particular con la estructura de las
relaciones objetales, las cuales son el principio organizador más importante;
(2) la existencia del conflicto psíquico que es la causa de la ansiedad y de la
elaboración de defensas contra ella –la patología estructural en los términos
de las relaciones objetales se considera durante todo el conflicto como la
etiología de los síntomas; (3) un desarrollo jerárquico que, desde el
principio, tiene lugar en estadios y fases predecibles y evoluciona dando por
resultado la estructura del carácter del adulto –estas etapas varían de una
orientación teórica a otra, por ejemplo, la teoría del instinto con las etapas
oral, anal, fálica y genital contrasta con las etapas jerárquicas del
desarrollo de las relaciones objetales; (4) la posibilidad de regresión, al
menos en parte, a etapas jerárquicas más primitivas –desde el punto de vista de
las relaciones objetales, esta regresión se manifiesta en las formas más
primitivas de relación y experiencia interpersonales; (5) la existencia de la
transferencia en la relación interpersonal y, particularmente, en la situación
terapéutica –esta transferencia será una manifestación de la organización de
las relaciones objetales intrapsíquicas; (6) la existencia de la
contratransferencia y la importancia de comprender su significado –desde la
perspectiva de las relaciones objetales, la contratransferencia puede ser una
guía para comprender que la estructura de las relaciones objetales internas
está siendo replicada en la situación clínica; (7)el valor de la asociación
libre, o de decir libremente cualquier cosa que llegue a la conciencia de la
persona durante la hora del tratamiento –según la teoría de las relaciones
objetales, es especialmente importante articular lo que ocurre en el proceso
interpersonal inmediato; (8) la importancia de la actitud neutral del terapeuta
que le permite al paciente su fundamental descubrimiento y autodeterminación
–cada paciente definirá esta neutralidad en términos relacionales, tal como se
expone en el capítulo 7; (9) la interpretación como una importante modalidad
clínica –de acuerdo con la teoría de las relaciones objetales, la
interpretación tiene lugar a lo largo de otras intervenciones basadas en las
necesidades específicas del self frente al objeto; y (10) el foco incrementado
sobre el proceso interpersonal en el tratamiento –la estructura interna del
paciente, en los términos de las relaciones objetales, determinará en
gran medida ese proceso.
Mientras que este libro se ocupa de la aproximación
desde las relaciones objetales a la terapia psicoanalítica individual, otros
autores han tratado en esta misma vía la terapia de pareja (Scharff y
Scharff 1991) y la terapia de familia (Scharff y Scharff 1989, slipp 1984).
Mientras que la matriz interpersonal familiar y las
exigencias impuestas a los individuos por el sistema tienen un impacto sobre lo
que es internalizado y convertido en intrapsíquico, la estructura del objeto
relacional intrapsíquico se manifiesta en la dinámica diádica de la pareja.
Cada individuo de la diada aporta al interior de la relación su propio mundo de
relaciones objetales internas. Cada individuo tiene una transferencia
particular con el otro individuo predecible desde esa estructura. El
tratamiento de pareja pone en claro las transferencias cruzadas y clarifica las
distorsiones de percepción que sobrevienen. Cada uno puede apreciar y entender
la realidad del otro.
2 DEFINICIÓN DE
LAS RELACIONES OBJETALES
Las relaciones objetales se refieren a la
naturaleza del mundo representacional interno, a la naturaleza de las
representaciones del self y del objeto, y a su dinámica e interacción afectiva.
Una “representación” es un esquema cognitivo complejo, una resistente
organización de elementos psíquicos –incluyendo el afecto y el impulso
{impulse}- que alude a la estructura del self o a la estructura del objeto. La
palabra “objeto” designa la imagen mental que construye el niño del
cuidador. Estas representaciones mentales se desarrollan en la forma
indicada por Piaget (1936) en su descripción de la evolución de los
esquemas cognitivos. La naturaleza particular del mundo interno del self y del
objeto de un individuo deriva de su experiencia primaria frente al cuidador,
generalmente la madre. Lo que en un comienzo es interpersonal queda
estructurado en forma de resistentes organizaciones mentales -es decir, se
vuelve intrapsíquico- y entonces lo que ha devenido intrapsíquico, se expresa
de nuevo en la situación interpersonal. Generalmente, estas relaciones
internalizadas se organizan con una imagen específica del self frente a una
imagen específica del objeto, y cada gestalt se caracteriza por emociones e
impulsos asociados. Por ejemplo, el self bueno es aparejado con el objeto bueno
y los sentimientos entre ellos son amor, alegría o seguridad, u otros afectos
positivos.
Las relaciones objetales internas funcionan como
una especie de modelo que determina los sentimientos, las creencias, las
expectativas, los temores, los deseos y las emociones de uno respecto a las
relaciones interpersonales importantes. Es necesario tener presente que estas
imagos no son réplicas exactas de la experiencia temprana, sino que son
construidas por el niño pequeño con sus limitadas habilidades cognitivas y sus
primitivos mecanismos mentales. El mundo interno es, pues, una amalgama entre
experiencias y percepciones reales, y tales representaciones mentales
evolucionan durante los primeros años de acuerdo con la maduración de las
capacidades cognitivas del niño y su experiencia real. Mientras más temprano se
presente el desarrollo patológico, con mayor probabilidad veremos las
organizaciones mentales más tempranas, las más “primitivas”, presentes en la
conciencia y experimentadas por el individuo en la vida cotidiana real. En el
desarrollo sano, las organizaciones más primitivas son reprimidas y emergen en
las fantasías, en los sueños o en la creación artística, en contraposición, en
las experiencias del aquí y el ahora se destaca la organización más madura.
Kernberg (1976) describe este proceso diciendo que la teoría de las relaciones
objetales subraya el refuerzo simultáneo del self (una estructura compleja
derivada de la integración de múltiples imágenes del self) y de las
representaciones objetales (u objetos internos derivados de la integración de
múltiples imágenes del objeto en representaciones de los otros más
comprehensivas). La terminología de estos componentes del self y del objeto
varía de autor a autor, pero lo importante es la naturaleza esencialmente
diádica o bipolar de la internalización en la que cada unidad de las imágenes
del self y del objeto se establece en un contexto afectivo particular.
3 LAS ETAPAS
DEL DESARROLLO DE LAS RELACIONES OBJETALES
La configuración de los esquemas mentales que
denominamos el self y el objeto tiene lugar en etapas jerárquicas. Usamos el
término objeto, y no el término madre, porque este esquema particular es en
parte creado por el niño con sus limitadas capacidades mentales y con la única
experiencia del ambiente primitivo que le brinda cuidado. En cierto modo, el
niño crea una metáfora para el otro significativo de sus experiencias
interpersonales. A su vez, esta metáfora forma las experiencias y las
expectativas del niño en relación con el ambiente interpersonal y su conducta
hacia él.
Freud señala que uno tiende a acercarse a cada
persona nueva con ideas preconcebidas, y que ellas son dirigidas hacia el
analista. Tal es, por supuesto, la esencia de la transferencia. Freud dice que
“esta catexia recurrirá a prototipos, y se fijará a uno de los que estén
presentes en el sujeto...” Esos estereotipos son lo que llamamos actualmente el
self y las representaciones objetales.
En la literatura analítica encontramos desacuerdo
respecto al modo en que se deben interpretar las observaciones del desarrollo.
Stern (1985) no concuerda con Mahler (Mahler et al. 1975), particularmente
respecto a la experiencia intrapsíquica primitiva del infante. Creo que gran
parte del desacuerdo es debido a la imprecisión para distinguir entre el
proceso y la estructura. Por ejemplo, los bebés humanos, como todos los
mamíferos, nacen con un repertorio de conductas de apego-exploración y
evocación, tales como el contacto visual o la adaptación al cuerpo de la madre,
o incluso la habilidad para discriminar olfativamente entre el seno de la madre
y el de otra mujer. Estas conductas evocan unas recíprocas de apego-exploración
en el cuidador. No obstante, desde el punto de vista del niño, el
establecimiento de conexiones mentales duraderas, la emergencia del apego como
una estructura cognitiva con una imagen sólida del self y del objeto, no es
inmediata.
De este modo, si bien la conducta del infante no se
puede describir como “autista”, la ausencia de un otro estructurado mentalmente
al comienzo de la vida puede ser interpretada como la existencia de una
condición (que alterna con la interacción social) autista (o sin objeto),
condición que se observa clínicamente en el caso de la depresión anaclítica o
en la emergencia del fenómeno del “agujero negro” {“black hole phenomenon”}
(Grotstein 1990).
Igualmente, tiene que distinguirse la inteligencia
cognitiva de la inteligencia sensoriomotora. Aunque el niño puede diferenciar
entre lo que es parte de su cuerpo y lo que no lo es, aún no posee un
constructo mental yo/no-yo. En ciertos pacientes vemos el fracaso para adquirir
este constructo mental completamente desarrollado. Incluso el mecanismo
elemental de la proyección da lugar a esa distinción. Este es otro asunto
que ha propiciado pseudo-desacuerdos en la literatura teórica. Lichtenberg
(1975) señaló el establecimiento de los constructos mentales como el punto en
el cual “el niño... empieza a `vivir´ un poco menos en la respuesta exclusiva
hacia el mundo exterior; él vive un poco más en su mente” (p. 461). Esto es, en
las representaciones internas que van a jugar un importante papel en la
actividad mental del niño y que conforman la base para la formación y la
elaboración de la fantasía.
Esta división de las etapas jerárquicas del desarrollo
de las relaciones objetales, es retomada de Mahler y sus colegas y se basa en
la noción de estructura intrapsíquica y sus vicisitudes evolutivas.
A medida que el niño trata de resolver una serie de
procesos del desarrollo, comenzando con el proceso del apego, cada etapa lo
conduce a un nivel más alto de organización estructural. Los esquemas del self
y del objeto –las representaciones del self y del objeto- se vuelven cada vez
más complejos y más diferenciados uno de otro. Al mismo tiempo, los aspectos
desintegrados de la organización del self, se integran progresivamente en un
único self-esquema, a la vez que un proceso similar ocurre con los
aspectos de la representación de objeto desintegrados. Una única e
integrada representación del self se desarrolla gradualmente; lo mismo sucede
con la representación del objeto. La estructuración del afecto -es decir, su
asociación con el sistema específico de relaciones objetales- tiene lugar
dentro del desarrollo de las relaciones objetales. De manera similar se
organizan otros aspectos del funcionamiento mental dentro de, e integrados a,
la representación del self. El Rorschach nos proporciona evidencia de la
presencia o de la ausencia de tal integración cuando la integración de una
respuesta color en un percepto bien formado contrasta con la respuesta color
puro, indicio de la falta de integración del afecto en una representación
estructurada del self.
La organización de la representación del self
implica la integración del afecto, del impulso (la agresión y la sexualidad),
de la experiencia somática y la imagen del self corporal. También implica la
integración de aquellos aspectos del funcionamiento que resultan de la
maduración –las funciones autónomas del yo- tales como el desarrollo motor, el
pensamiento y la percepción. La teoría de las relaciones objetales es
especialmente útil ya que forma una especie de estructura para la
sistematización de los conceptos de las diversas orientaciones teóricas. Las
fallas de esa integración mental son manifestaciones patológicas, bien sean
estructurales o de conflicto.
Cada una de las etapas del desarrollo de las
relaciones objetales, definidas en términos de la naturaleza de las
representaciones del self y del objeto, deja sus huellas en el inconsciente y
pueden ser reactivadas, incluso en el individuo completamente desarrollado,
bajo condiciones de estrés y de regresión, o en un sueño, una fantasía o una
producción artística. En las relaciones interpersonales corrientes del aquí y
el ahora, se observa evidencia de los niveles primitivos del desarrollo cuando
éste no ha sido sano. Lo cual, por supuesto, es especialmente importante para
la transferencia y la psicoterapia.
Cada nivel de la organización psíquica determina en
grado sumo en el niño la naturaleza del sentimiento de sí mismo y del otro y su
interacción característica. La organización psíquica del individuo no es
observable de forma directa y la mayor parte permanece más allá de la
percepción consciente, si bien lo que se deriva de ella sí es consciente.
Jacobson (1964) define la identidad como la experiencia consciente de la
representación del self.
En el capítulo sobre la evaluación de la estructura
del carácter (capítulo 10), se alude a una aproximación a la evaluación clínica
de las relaciones objetales. En esta sección, consideraremos las etapas
jerárquicas del desarrollo como una base para comprender ciertos fenómenos
clínicos que se manifiestan en la situación interpersonal y, especialmente, en
las relaciones paciente-terapéuta.
3.1 El estadio que
precede al apego
Mahler (1968) describe un estado de “autismo
normal” existente a la hora del nacimiento. Como ya se indicó, esto no implica
que el niño esté en un estado de repliegue autista como sucede en el autismo
patológico. Sin embargo, a pesar de la activación del proceso de apego, todavía
no hay una representación mental estructurada, sólida, del objeto. Aún están
por venir las experiencias interpersonales y sus huellas mnémicas configuradas.
Se podrá argüir que la preferencia innata por el diseño de una configuración
facial sobre un diseño geométrico u otro no humano (Fantz 1966) indica la
presencia desde el primer momento de una estructura objetal innata. Pero,
aunque los precursores de las representaciones del self y del objeto pueden
estar presentes al nacer en la forma de la preferencia, de la disposición y del
potencial, aún no se ha dado el desarrollo cognitivo necesario para la estructuración
de los esquemas mentales, en el sentido en que utilizamos este concepto.
El autismo infantil temprano es la patología
relacionada de forma más clara con una etapa, en la cual el niño
permanece en la etapa de autismo y no se moviliza hacia el apego. Junto
con la ausencia de la conducta de exploración-apego, parece haber un defecto
cognitivo básico que interfiere con el proceso organizacional. Antes de
descubrir estos déficits innatos, las madres de tales niños eran tildadas de
“madres nevera”, según la hipótesis de que la falla del apego en estos niños
era concecuencia directa de la falla de la madre para facilitar ese proceso. En
situaciones en las que el ambiente es muy patológico, perturbando las
capacidades de organización del niño, puede presentarse un repliegue a un
autismo secundario. La conducta de retracción autista como respuesta a
situaciones muy estresantes, sugiere que las fallas del ambiente datan de los
primeros meses de vida.
Grotstein (1990) escribe sobre las experiencias de
“agujero negro” y de “inexistencia” {nothingness} de aquellos pacientes que,
aunque funcionan en un alto nivel, pueden ser empujados hacia atrás al terror
primitivo del estadio que precede al apego donde se experimenta la pérdida de
la conexión con el objeto. Clínicamente, estamos en capacidad de discernir y
articular los tipos de defensa que el individuo construyó de niño para prevenir
la experiencia de “agujero negro”. A menudo estas defensas implican una especie
de acomodación a la madre para asegurar su continua atención. Por ejemplo,
podemos encontrar un individuo que, como un camaleón, establece una ilusión de
identidad al servicio de la prevención de la separación con su inminente
amenaza del abandono, de la pérdida del objeto y del terror primitivo.
3.2 El proceso de
apego
En los primeros meses de vida del niño vemos la
conducta innata de exploración-apego interactuando con la conducta y la
respuesta maternas de tal forma que, óptimamente, da por resultado la etapa
siguiente de simbiosis normal (Mahler 1968) cuando el niño ha sintetizado la
experiencia de sí mismo de manera que incluya al cuidador y las cualidades
predominantes de su interacción característica. Las bases para una relación
afectiva y para lo que Erikson (1950) llama “la confianza básica” se establecen
aquí. La disponibilidad emocional de la madre y su capacidad de respuesta
empática son esenciales para este proceso. Por el contrario, cuando este
proceso se caracteriza por la frustración abrumadora, el miedo y la ira en el
niño, esperamos como resultado un “núcleo paranoide”. Puede presentarse también
un sentimiento de desesperanza asociado a una depresión anaclítica. Estas
depresiones tempranas se prestan para una interpretación biológica cuando
no se puede descubrir causa alguna en la vida del paciente adulto. Los orígenes
del desarrollo son oscuros y, en consecuencia, incomprendidos. Una comprensión
evolutiva desde las relaciones objetales de esa depresión temprana, nos permite
establecer lo que requiere la relación terapéutica para ayudar a un individuo
en esa situación. Esto será la formación de un vínculo que eventualmente le
permitirá al paciente internalizar al terapeuta de tal manera que sustituya lo
que le falla estructuralmente.
En el nivel más primitivo, la falla en el apego
puede acarrear severos déficits en la organización temprana del self. La falla
debida a causas ambientales para desarrollar un vínculo y adquirir una
simbiosis satisfactoria, tales como la institucionalización o una situación de
crianza doméstica inestable, puede conducir a trastornos característicos, tales
como la incapacidad para seguir las normas, la incapacidad de sentir culpa y un
desordenado e indiscriminado anhelo de afecto sin la capacidad para establecer
relaciones duraderas (Rutter 1974). Como se puede esperar, el desarrollo de un
superyó (consciencia y yo ideal), que es el resultado de las identificaciones
con las figuras parentales, no tendrá lugar en ausencia de esos mismos vínculos
de los que depende.
Puede haber una ruptura del vínculo debida a la
separación y a la pérdida. El desarrollo subsecuente depende de la
disponibilidad de un vínculo objetal sustitutivo satisfactorio. Tal
interrupción puede conducir a un retraimiento esquizoide de por vida. Igual
desenlace puede tener los rompimientos repetidos del vínculo entre el infante y
la madre causados por la enfermedad crónica de uno de ellos, o por la depresión
periódica de la madre.
La calidad de la experiencia del niño durante el
proceso de apego y a lo largo de las subsecuentes separaciones y pérdidas en
los tres primeros años de vida, estructura en el mundo interno
sentimientos y expectativas entorno al mundo interpersonal que teñirán las
etapas del desarrollo posteriores y las futuras relaciones interpersonales. Una
verdadera psicoterapia de reparación necesitará, principalmente, el
establecimiento de un vínculo entre el paciente y el terapeuta. La resistencia
para establecer una transferencia dependiente es un factor muy importante en el
trabajo con estos pacientes.
3.3 El estadio de
simbiosis normal
La estructura mental primitiva, la representación
self-objeto indiferenciada, se encuentra entre el proceso de apego y el de separación-individuación
(Mahler 1968). (Nota: este self-objeto separado por el guión no es igual al
concepto del selfobjeto {selfobject}de Kohut. El primero se refiere a las
imágenes condensadas del self y del otro. El segundo remite al otro funcional,
o sea, a lo que es importante en la interacción interpersonal del self y el
otro).
Estas imágenes indiferenciadas del self y del
objeto, a causa de las habilidades cognitivas inmaduras, tampoco están
integradas aún, son imágenes dispersas yuxtapuestas. En lugar de ello, están
organizadas sobre la base de las sensaciones predominantes producto de las
interacciones entre el self y el cuidador. Las imágenes buenas del self y del
objeto se encuentran ligadas a las sensaciones positivas y al buen estado de
ánimo. Las imágenes malas del self y del objeto están ligadas a las sensaciones
negativas y al mal estado de ánimo. No es sino hasta que en el segundo año de
vida el desarrollo cognitivo llega a su final, que las imágenes dispersas se
integran en una única imagen, representaciones cohesivas del self y del otro.
La persistencia en la vida adulta de tal escisión conduce a una incapacidad
para establecer relaciones. Cuando el otro no es completamente bueno por que no
satisface todos los deseos, las necesidades o las demandas del self,
deviene completamente malo y es descartado o se vuelve objeto de un odio
intenso. Los “desórdenes de carácter” se caracterizan por tal situación. Se
conoce como escición y es la manifestación de una falla en el desarrollo.
Cuando la integración ya se ha dado, la escición puede usarse como mecanismo de
defensa. Es una defensa contra la ansiedad intolerable provocada por la
ambivalencia intensa.
Cuando el cuidador ha sido capaz de ayudar al
desarrollo del niño, la experiencia frente al otro es parte del sentimiento
positivo y confiable del self. Aquí encontramos la base primitiva inconsciente
para el sentimiento de unidad que a veces sobreviene con otro amado,
particularmente al hacer el amor y en el momento del orgasmo. Pero cualquiera
sea el éxtasis de esa experiencia, ella puede acarrear también una carga de
ansiedad por el sentimiento de pérdida en la separación. Tal temor puede ser la
base de las defensas contra la intimidad.
Perder la capacidad para diferenciar el self y el
otro es una grave pérdida de la prueba de realidad y, en el extremo, es
considerado un síntoma psicótico. En los casos más graves de desórdenes de
carácter, esta clase de pérdida de la realidad puede ir y venir. El paciente
borderline podrá recobrarse de pérdidas momentáneas de la diferenciación.
Le experiencia de la bipolaridad –en la cual la
atención se dirige hacia el interior, hacia el self, y hacia fuera, hacia el
otro- existe desde el principio de la vida. Empieza con la atención alternante
del infante a lo que está pasando con su propio cuerpo y al ambiente
interpersonal que busca enlazar. Durante toda la vida estos empujes
conflictivos serán experimentados en una vía o en la otra, con la intensidad
del conflicto dependiente de la seguridad del sentimiento del self y la
seguridad en la situación interpersonal. El conflicto puede expresarse en
términos de uno mismo entre la identidad (“ser yo mismo”) y la intimidad
(“estar cerca de otra persona”) (Horner 1990).
Apenas se establece intrapsíquicamente la
estructura simbiótica con la organización de la representación mental
indiferenciada que contiene el self y el otro en interacción, el niño se
moviliza hacia un nuevo proceso, el de la separación y la individuación (Mahler
et al. 1975).
3.5 La ruptura del
cascarón: el comienzo de la separación.
Mahler (1968) enfatiza la importancia de una
simbiosis óptima para la subsecuente diferenciación de la representación del
self y del objeto.
Cuanto más ayude el compañero simbiótico al infante
a prepararse para salir de la órbita simbiótica tranquila y gradualmente –o
sea, sin una indebida exigencia a sus propios recursos- tanto mejor equipado
estará el niño para separar y diferenciar su representación del self de la,
hasta ahora, representación simbiótica fundida self-mas-objeto. [p. 18]
Esencialmente, esta declaración reconoce el aspecto
jerárquico del proceso de desarrollo. Aunque pueden haber reorganizaciones
conceptuales en las fases evolutivas posteriores, como la adolescencia, las
fallas o déficits del desarrollo temprano se manifestarán en síntomas y en
relaciones desordenadas.
Durante el proceso de ruptura del cascarón, la
madre funciona como un marco de referencia, como un punto de orientación para
el niño en proceso de individuación. Si esta seguridad falta, habrá un
trastorno del primitivo “sentimiento-del-self”, que se derivaría u originaría
de un estado simbiótico seguro y placentero, del cual el infante no tendría que
salir prematura y abruptamente. Es decir, mientras la representación del self
permanece entrelazada con la representación de objeto a un nivel cognitivo, la
pérdida del objeto y del sentimiento de conexión con esa persona evocará una
sensación de desorganización y disolución del self, del cual el objeto y el
sentimiento de conexión son aún una parte. Cuando esta situación domina la
estructura psíquica subyacente, la persona puede experimentar un intenso pánico
de separación. Las separaciones pueden ser debidas a una interrupción emocional
con el otro significativo, así como a una separación física real. Este es el
sentimiento de conexión interna que sigue siendo crítico y que es tan inseguro.
Este punto será especialmente importante para el tratamiento y la relación
terapéutica. Una falla en la alianza terapéutica debida, por ejemplo, a un
déficit en la empatía o a las vacaciones del terapeuta, puede evocar esta clase
de graves reacciones de separación.
3.6 El estadio de
ejercitación: el segundo paso de la separación y la individuación.
Aproximadamente, desde los 10 hasta los 16 meses de
edad, el foco de interés del niño se desplaza progresivamente hacia las
funciones que se desarrollan como concecuencia de la maduración del sistema
nervioso central, como la locomoción, la percepción, el lenguaje y el habla, y
el proceso de aprendizaje. Se conocen como las funciones autónomas del yo. El
niño también se confronta progresivamente con la experiencia y la conciencia de
su separación de la madre como entidades psicológicas distintas. La
disponibilidad de la madre cuando el niño la necesita, y el placer que
obtiene del dominio de nuevas habilidades, hace tolerable para él esta
pequeña separación. En la culminación del período de ejercitación alrededor de
la mitad del segundo año, el niño que empieza a caminar parece estar de un
ánimo jubiloso. Animo éste que acompaña la experiencia de estar de pie y
caminar solo. El l niño grita con júbilo. Este nivel máximo de la creencia del
niño en su omnipotencia mágica, “se deriva en gran parte, sin embargo, de su
sensación de compartir los poderes mágicos de la madre” (Mahler 1968, p.
20).
A esta altura del desarrollo, la representación
interna del self y del otro se encuentra aún en gran medida indiferenciada, y
es el anlage de una estructura patológica conocida como el “sí-mismo
grandioso” (Kohut 1971). Ella se esboza sobre la primitiva experiencia de
omnipotencia mágica. Si las cosas salen mal en las subsecuentes relaciones del
niño con sus cuidadores, al tiempo que se da cuenta de cuán relativamente
pequeño y dependiente es en realidad, el sí-mismo grandioso, ahora una ilusión
de omnipotencia y perfección, se convierte en una posición de repliegue
defensiva. El niño que deviene adulto puede negar sus deseos de
dependencia y la ansiedad mientras esté al mando este self omnipotente inflado.
El otro ya no tiene ninguna consecuencia emocional en él. Por supuesto, la
persona debe hacer grandes esfuerzos para proteger la ilusión, y si ella es
amenazada, por ejemplo por las malas notas en el colegio o la pérdida de un
trabajo, la reacción será intensa e implicará el desarrollo de síntomas como la
depresión o la conducta suicida. Algunas veces los otros deben ser degradados
para proteger su forma de vida. Cuando se activa este libreto en la relación
terapéutica, puede presentarse un momento muy difícil para el terapeuta, y su
manejo es muy importante para el restablecimiento de una relación de trabajo
positiva.
Ecos inconscientes del período de ejercitación y su
omnipotencia mágica algunas veces conducen a la persistencia de creencias sobre
la naturaleza mágica de las capacidades propias. Aprender a caminar y a hablar
sucede como por arte de magia, diferente, por ejemplo, del esfuerzo consciente
que uno debe hacer para aprender en el colegio el vocabulario de un lenguaje
extranjero. He trabajado con individuos que evidentemente poseían una
inteligencia superior y para quienes el aprendizaje en la escuela primaria no
requirió esfuerzo. Paradójicamente, eran mucho más inseguros respecto a su
capacidad, que las personas con una capacidad innata menor. Ellos no
relacionaron su capacidad con ese sentimiento de esfuerzo consciente que nos da
una sensación de tener algo de control sobre lo que podemos y lo que no podemos
hacer. Lo que aparece mágicamente, también puede desaparecer mágicamente –no se
puede confiar en eso.
3.7 La fase
y la crisis de acercamiento
Hacia los 18 meses, el niño que empieza a caminar
se da cuenta progresivamente de su separación de la madre y de la separación de
ella respecto a él. Las experiencias del niño con la realidad han
contrarrestado la sobrestimación de la omnipotencia, ha disminuido la autoestima
y el niño es ahora vulnerable a la culpa. Además, el niño se confronta con el
desvalimiento del self, debido a la dependencia respecto al objeto que ahora
percibe como poderoso. Hay una oleada de angustia de separación y de un estado
de ánimo depresivo. Si el otro usa ese poder benigna y servicialmente, será la
base para el sentimiento de seguridad del niño. El niño idealiza al padre a
quien percibe como poderoso, y esta clase de idealización se puede manifestar
en las relaciones de dependencia en el adulto y en la relación terapéutica en
particular (la transferencia de idealización: Kohut 1971). Si, por el
contrario, el poder parental es experimentado por el niño como contra el self,
por ejemplo, a causa de alguna cosa que no solamente no se le da sino que además
se le niega, él aprenderá a odiar y a la vez a envidiar el poder, desarrollará
técnicas para controlarlo y fantaseará con derrocarlo. Tras esa conducta
manipuladora yacen la ansiedad y la inseguridad. Este libreto también se
expresará en la relación terapéutica.
La mayor preocupación de la persona que se las ve
con problemas asociados fundamentalmente a esta etapa del desarrollo, es la
pérdida del apoyo, del amor y de la aprobación del otro temida como
concecuencia de la afirmación de los propios deseos, o de la voluntad y de los
sentimientos. La persona tiende a idealizar al otro y a verlo como poseedor del
poder para proteger el self de los sentimientos de desvalimiento y humillación
a los cuales todavía es vulnerable. El otro puede ser uno de los padres, un
cónyuge o un amigo. Esta forma dependiente de ver el self y el otro, y
las expectativas y demandas que conlleva , impone cierta tensión en las
relaciones interpersonales. Tales demandas pueden expresarse como derechos, en
forma de demandas al otro. Si bien el otro puede estar idealizado, es también
envidiado y temido, y se le culpa cuando las cosas no marchan bien.
La crisis de acercamiento es el conmutador del
desarrollo que determina el viraje de un sentimiento de omnipotencia a uno de
desvalimiento –de un sentimiento de perfección a uno de humillación. Erikson
(1950) indica que este nivel es el momento en que el niño puede adquirir un
sentimiento de autonomía saludable o un sentimiento de humillación. Relaciona
este desenlace en gran parte con el período del entrenamiento en el control de
esfínteres y con los hábitos y actitudes parentales durante el mismo.
La toma de conciencia de la realidad de la
separación y de la pérdida de la omnipotencia puede ser muy traumática si el
desarrollo anterior no ha sido óptimo. Si hay fallas en la organización
estructural de la representación del self como resultado de circunstancias y
experiencias desfavorables o como consecuencia de algún trastorno de origen
orgánico en las capacidades de síntesis, aquellos déficits se evidencian en
este momento. La conciencia de la separación entre el self y el cuidador evoca
gran angustia de separación. El niño, y el adulto en que se convierte, es
incapaz de resolver las exigencias evolutivas, y la conducta sintomática se
despliega en forma de apego ansioso. Este es otro ejemplo de la naturaleza
jerárquica del proceso de desarrollo.
La respuesta del ambiente al crecimiento del niño
tiene que dejar lugar a sus esfuerzos hacia la autonomía que luchan contra las
necesidades de dependencia que experimenta intensamente. El término
acercamiento {rapprochement} sugiere el movimiento alternante de alejarse de la
madre y de regresar a ella para el “reavastecimiento” emocional {emotional
“refueling”}. Los padres sanos no necesitan que el niño permanezca dependiente
y desvalido o que tenga completa confianza en sí mismo. Ellos pueden cambiar la
manera de relacionarse con el niño por una más apropiada para esta etapa,
estando sintonizados empáticamente con las necesidades y los impulsos
conflictivos de él. Aún con los mejores padres, el niño está destinado a sentir
impulsos conflictivos, tanto en dirección progresiva como regresiva. En este
sentido, el conflicto es inherente al desarrollo y no siempre se debe a la
insensibilidad de los padres. Algunas veces lo mejor que ellos pueden hacer es
solamente estar ahí emocionalmente durante los momentos tormentosos. Tal es la
esencia de lo que Winnicott (1965) llamó el ambiente de holding {holding
environment}.
En la adolescencia se escuchan ecos de la crisis de
acercamiento, y la estructura dejada en el inconsciente influirá en la forma
como el joven resuelva las tareas del desarrollo más tardío. La angustia
respecto a la afirmación del self, o respecto a la perspectiva de abandonar la casa
parental, puede provenir de la activación de factores inconscientes del
acercamiento. La naturaleza de las representaciones del self y del objeto que
existieron en ese tiempo primitivo determina aún la vivencia del self y del
otro.
En la transferencia serán evidentes los conflictos
provenientes de este período, el paciente teme perder el interés positivo y el
apoyo del terapeuta como venganza por la expresión de sus sentimientos y
deseos, y por la afirmación de su voluntad.
3.8 El logro de la
identidad y de la constancia objetal
Al principio de la etapa de acercamiento se
constituyen, con el desarrollo del lenguaje, los conceptos “mamá” y “bebé”.
Logro conceptual que tiene efectos de organización e integración. Partes aisladas
de las representaciones desintegradas del self y del objeto, se unifican
cognitiva y estructuralmente bajo el nombre específico, o el símbolo. Hay solo
un self que puede ser bueno o malo, estar feliz o furioso, y un solo objeto que
se puede experimentar de diversas maneras. Esta integración cognitiva y
estructural sienta las bases para una percepción integrada del self, o
identidad, y para una visión integrada del otro. Aunque el niño esté enojado
con la madre por alguna deprivación o una falla de la empatía, ella sigue
siendo la madre amada y valorada en su propio derecho y no únicamente por lo
que hace en beneficio del self del niño. O sea que ella es mucho más que un
simple selfobjeto de Kohut, si bien puede funcionar como tal algunas veces. El
amor neutraliza la ira. No aparecen por ningún lado el odio y la ira
indiferentes característicos de una organización más primitiva y de la escisión
estructural. El individuo ha logrado la ambivalencia, un hito del desarrollo. A
esta altura, el conflicto intrapsíquico (en contraste con el déficit
estructural) se vuelve más prominente.
En el estadio más temprano del desarrollo, antes
del logro cognitivo que permite reconocer que realmente hay un único self que
puede vivenciarse y expresarse de diversas maneras y una única madre afuera a
quien puede anunciar toda una variedad de deseos y sentimientos, las
representaciones del self y del objeto estaban escindidas sobre la base de la
naturaleza del sentimiento y de la emoción que se ponían en juego en la interacción.
La madre era totalmente buena, idealizada, adorada, o era totalmente mala y
odiada. Cuando se evocaban el odio y la imagen de la madre mala, era como si la
madre dejara de existir, como si hubiese sido destruida. En la terapia, la
resistencia a (las defensas contra) la emergencia de la ira se puede basar en
el temor de destruir el objeto bueno, el terapeuta.
El self diferenciado, complejo, y el sentimiento de
tener una identidad singular, son producto de la integración, y proveen la base
para una individualidad desarrollada. Dentro del desarrollo sano, con una
imagen del otro más realista, las relaciones se definen cada vez más sobre la
base del aquí y del ahora, aunque ciertos deseos, actitudes y expectativas, al
igual que la naturaleza de las emociones, aún se encuentren teñidas por el
pasado olvidado. Sin embargo, el grado de transferencia que opera es mínimo.
(La transferencia tiene lugar dentro y fuera de la terapia).
Si bien las representaciones arcaicas del self y
del objeto persisten en el inconsciente, el poder del pensamiento y de la
percepción dominados por la realidad mitiga su impacto. Las imágenes
inconscientes pueden aparecer en los sueños o en la fantasía, o pueden
recrearse en producciones artísticas. El hada madrina y la bruja malvada de los
cuentos de hadas de la niñez tocan una fibra íntima en niños y adultos por
igual, resonando con las imágenes escindidas, ahora inconscientes, que
dominaron los primeros meses de la vida. Una serie de películas de terror
sugieren un mundo inconsciente aún más atemorizador activado, quizás, por el
incremento de la violencia en el mundo-en-general. En ocasiones podemos anhelar
la unidad dichosa de la simbiosis o irritarnos ante lo que percibimos como el
engolfamiento en una relación. Pero en general, la percepción de la realidad
nos mantiene arraigados firmemente en nuestra propia individualidad y en la del
otro. Con las últimas fases de la diferenciación del self y del objeto, ciertas
identificaciones permanecen formando parte del self y son vividas como tal. El
bebé necesitaba a la madre para que lo confortara y aliviara su ansiedad. Ahora
la capacidad de confortar el self y de aliviar la propia ansiedad mediante una
variedad de mecanismos psicológicos forma parte del self, y se derivó de
aquello que una vez vino de afuera. El proceso de esta transformación se puede
observar en la relación que tiene el niño que empieza a caminar con su oso de
peluche o su cobija –el así llamado “objeto transicional” (Winnicott 1951).
El “¡bien por ti!” de los padres que reflejó su
placer ante el éxito del niño, es expresado ahora por la parte del self
conocida como el “superyó” (Freud 1923 a). Schafer estima que esta voz es
el “superyó amoroso”. El superyó está compuesto por el yo-ideal (el self que
uno desea ser) y la conciencia. El superyó no solamente censura al self por las
transgresiones; también lo elogia cuando actúa de acuerdo al yo-ideal y es la
fuente de una autoestima sana y segura. Estas identificaciones le permiten a la
persona hacer por sí misma lo que una vez sólo pudo ser hecho por las
figuras parentales; ellas son necesarias para el completo desarrollo de la
autonomía emocional. Mientras el “objeto constante” sea el otro confiable cuya
imagen no fluctúa y que provee el ambiente de holding, la constancia objetal
designará las internalizaciones e identificaciones cuyo resultado es una madre
buena interna, ahora experimentada como parte del self.
3.9 El complejo de
edipo y el surgimiento del triángulo
Con la diferenciación total del self y del objeto,
hay una diferenciación más firme de la madre y del padre. El bebé, ciertamente,
puede determinar en los primeros meses de vida la diferencia entre ellos, pero
en este nivel superior devienen, progresivamente, gente real en vez de
selfobjetos en el sentido de Kohut. El género se vuelve cada vez más importante
y con él los aspectos de la sexualidad y el erotismo. Aunque, por supuesto,
vemos el modelo del “padre preferido” surgir claramente desde muy temprano
–algunas veces la madre, otras el padre- el modelo de las relaciones
parentales es, en mayor grado, uno de los elementos bivalentes paralelos. No es
sino hasta el período edípico que la percepción del triángulo, de desearlos y
necesitarlos a los dos y de desear ser especial para ambos, y las consecuencias
de la elección se vuelven importantes para el niño. Reconoce y valora de forma
diferente la individualidad de cada padre. La que era una visión diádica
del mundo interpersonal, ahora incluye dos otros significativos. Una
competitividad dentro del triángulo orientada en dos direcciones genera nuevos
deseos, ansiedades y defensas. El niño quiere que la madre lo prefiera antes
que al padre y que éste lo prefiera antes que a la madre. A la par con la
envidia, el niño ahora experimenta celos por un rival que a la vez ama. Por lo
tanto, se genera una ambivalencia incómoda. Este sentimiento de celos es
diferente de los que experimenta por un nuevo bebé a quien no ama a la vez,
también. De hecho, podría ser muy feliz ignorándolo por completo.
El desarrollo previo y la naturaleza del mundo
representacional interno, influenciarán enormemente la facilidad o dificultad
relativas de este estadio. El período edípico coincide en parte con la sección
final de la fase del acercamiento del proceso de separación-individuación,
entonces los conflictos edípicos agravan las ansiedades del acercamiento. ¿Será
castigado el movimiento de la niña hacia el padre con la pérdida del amor
maternal? Si la madre no puede favorecer ese movimiento emocional, habrá
una falla en el logro de la constancia objetal (el amor maternal que favorece
la individuación) con una predisposición a la depresión que aparecerá cuando la
persona se mueva hacia las metas u objetos deseados. Las actitudes
parentales respecto del niño, quien ahora es una pequeña persona cada vez más
compleja, influirán sobre la habilidad del niño para resolver este difícil
período. Cuando hay fragilidad estructural como resultado de un trauma o
déficit evolutivo temprano, el surgimiento de la sexualidad y de los conflictos
edípicos realmente pueden traumatizar al niño, conduciendo a defensas
regresivas y a la reorganización ea un nivel más primitivo. No se puede tolerar
nada de lo que amenace el vínculo de estos niños con el objeto primario.
3.10 La identidad
de género
El desarrollo de la identidad de género surge en el
contexto del desarrollo primitivo de las relaciones objetales. En los
primeros años se establece la estructura de carácter básica, en términos del
mundo interno del self y del objeto y su interacción dinámica, y de la
integración de los impulsos instintivos (sexo y agresión) en la representación
del self. La estructura subyacente puede formar o limitar el desarrollo
posterior, y fuerzas complejas darán por resultado la imagen idiosincrásica que
emerge finalmente para cada individuo. No obstante, la identidad nuclear, el
sentimiento del self, se constituye antes de la elaboración secundaria de los
estadios del desarrollo posteriores a la individuación. Por esta razón, las
tareas del desarrollo masculino son más formidables que las del desarrollo
femenino. Y es por esta razón que casi todos los desórdenes de la identidad
ocurren en los varones.
Kirkpatrick (1990) escribe:
La identidad de género nuclear femenina estable,
profunda y compleja toma su inmutabilidad... de la interacción psicológica
durante los primeros 18 meses de vida... La identidad de los niños, al igual
que su morfología, puede comenzar con la identidad femenina que es entonces
conducida por la fuerza biológica, además de las consecuencias psicológicas de
la asignación parental, a una identidad masculina diferente. La identidad
masculina del niño necesita la intensidad del instinto sexual masculino y es
confirmada por el pene, su sensación, sus funciones múltiples y su conducta
eréctil. Es un fenómeno secundario y por lo tanto es más frágil que la
identidad de género de la niña. (p. 559).
El curso subsecuente de la identidad femenina de la
niña, a pesar de las posiciones afectiva y actitudinal que desarrolla con
relación a ella, será, una vez establecida, relativamente ininterrumpida. En la
matriz temprana de las relaciones objetales se origina la identidad femenina
nuclear, por el contrario, la identidad de género del niño depende de su
capacidad para diferenciarse fuera de la matriz. Las presiones biológicas
e interpersonales pueden estar en armonía con esta diferenciación. También
pueden estar en conflicto.
Coates (1990) establece en su investigación sobre
la perturbación de la identidad de género en los niños que la feminidad
infantil extrema es parte de un desorden complejo y que la mayoría de estos
niños reúnen también los criterios para la psicopatología no
relacionada al género. Ella misma reporta que la psicopatología de la madre
conduce a una dificultad para la resolución del proceso de
separación-individuación del niño y para la extinción del movimiento físico
autónomo. En algunos casos, puede ser que el niño afeminado se identifique con
la madre como una forma de recuperar el objeto perdido, quizá en el contexto de
la función maternante {mothering} ambivalente o dominada por las necesidades.
Realmente, esto sería una re-identificación que reforzaría, en vez de
contrarrestar, la identificación primitiva con el primer objeto de apego.
Coates considera que su modelo es interaccionista, y señala que las influencias
culturales, familiares, psicológicas y biológicas interactúan para producir el
síndrome.
Greenson (1968) se preocupa por la importancia que
tiene para el niño el hecho de desidentificarse de la madre al servicio de la
seguridad de la identidad de género masculina. Greenson utiliza el término
desidentificar para referirse a la lucha del niño por liberarse de la primitiva
fusión simbiótica con la madre. Al mismo tiempo, tiene que contraidentificarse
con el padre. La disposición de la madre para permitirle al niño identificarse
con la figura del padre, la disponibilidad de éste y las razones que él le dé
al niño para identificase con él, determinan el desenlace del proceso.
Una parte de tales razones proviene del amor de la madre hacia el padre. Cuando
el padre se convierte en un modelo inaceptable para el niño a causa de sus
cualidades reales, el proceso se ve comprometido. En algunos casos de la
pérdida del padre por muerte o separación antes de la resolución del complejo
de edipo, probablemente la cuestión de la masculinidad se convierta en un
problema si no hay otras figuras masculinas que tomen su lugar.
Un hombre homosexual de 35 años ha estado
trabajando los problemas de la separación y la individuación en su psicoterapia
psicoanalítica. Reportó un incremento del sentimiento de masculinidad lo que
acompañó cambios comportamentales significativos en el trabajo y en sus
relaciones. A lo largo de estos cambios relató tres sueños perturbadores. En el
primero se encontraba en el pueblo donde creció el cual estaba siendo
completamente incendiado. Luego soñó que su madre estaba muriendo de cáncer y
que él estaba desnudo en una reunión de negocios. En el último sueño
había una incisión en sus testículos y le habían sacado una de sus “bolas”. A
partir de sus asociaciones, se elucidaron el conflicto relacional nuclear y la
solución con la cual él había respondido. Separarse de sus figuras de apego
primarias, de su madre especialmente, equivalía a destruirlos, quedando sólo y
vulnerable. Y agrega, “seré destruido por haberlas destruido”. La
auto-castración, el compromiso de su sentimiento de masculinidad, no
separarse e individuarse respecto de la madre, era la defensa
autodestructiva que había utilizado la mayor parte de su vida. El trabajo
analítico con su terapeuta, una mujer, permitió estos importantes cambios en el
sentimiento del self y en sus relaciones.
Es muy importante que la terapeuta está informada
de las especificidades del desarrollo de la identidad de género masculina. Su
actitud y su respaldo hacia la masculinidad del paciente son necesarios
para contrarrestar el impacto de la madre que fue hostil respecto a los hombres
y a la masculinidad de su joven hijo. Este no es el espacio apropiado para que
la terapeuta exprese {act out} alguna controversia sobre “políticas
sexuales”.
Greenson (1968) sienta la cuestión sobre lo que sucede
con la identificación primaria original con la madre de la simbiosis. También
se pregunta qué tanto de la identificación con el padre sirve para
contrarrestar aquella identificación. Postula que es justamente en este campo
donde podemos encontrar una respuesta acerca del por qué muchos hombres no han
definido su masculinidad.
El deseo de la niña de ser como el papá no puede
representar una identificación real pues no tiene como efecto un cambio en la
estructura del self ni en la del superyó. Puede ser una pseudo-identificación y
puede representar una ilusión de ser igual que el padre {illusion of twinship}
al servicio del deseo de ser especial para él, sobre todo si la niña percibe el
placer que le causa al ser ella como él o al ser más como un hijo que como una
hija. Esto puede originar la paradójica situación en la cual la hija trata de
ganar la atención edípica siendo el hijo. Esta dinámica puede conducirla
entonces a encontrarse a sí misma como competidor del padre (y luego de otros
hombres), una situación que evoca la confusión y la ansiedad.
La devaluación de la madre y la sobrevaloración del
padre debidas a una variedad de razones, pueden conducir a negarse a ser como
la madre en cualquier forma y a afirmar la semejanza con el padre. Estas pueden
ser pseudo-identificaciones que cumplen un papel defensivo en una situación
conflictiva y no conducir necesariamente a un cambio real en el self. Schechter
(1968) define el proceso de identificación como “los medios por los que una
parte de la estructura psíquica de una persona tiende a volverse como la de
otra con la que está relacionado emocionalmente de manera significativa” (p.
50). Diferencia el deseo consciente de ser como otra persona, como pasa en la
formación de los ideales, de la tendencia real de ser como otro, de los
procesos de desarrollo básicos que conducen a una semejanza estructural. Por el
contrario, la identificación defensiva no conduce a una modificación
estructural de la representación del self.
En la clínica el terapeuta busca los tipos de
conflictos del desarrollo descritos en este capítulo a medida que aparecen en
el material del paciente o en la misma relación terapéutica. Ellos serán
utilizados para la que el paciente logre comprenderse a sí mismo y comprender
cómo se ubica en el mundo. También se utilizarán directamente al servicio de la
curación y del crecimiento psicológico del paciente.
La resolución exitosa de las tareas evolutivas de
los primeros años de vida da por resultado un sentimiento de “poder intrínseco”
(Horner 1989). Tal poder es definido en términos de identidad (yo soy),
competencia (yo puedo) e intencionalidad (yo quiero). Con un sentimiento de
poder intrínseco saludable, el niño está bien equipado para enfrentar los retos
de los años que vendrán.
Tomado de:
“PSYCHOANALYTIC OBJECT RELATIONS
THERAPY”
ALTHEA J. HORNER, Ph. D.
Jason Aronson inc.
Northvale,
Newjersey
London
Traducción de: HORACIO MANRIQUE TISNÉS.
Estudiante de psicología U. de A.
PROCESO PSICOANALÍTICO Y RELACIONES OBJETALES
Juan Tubert-Oklander2
La teoría de las relaciones objetales puede verse,
según como la definamos, como un capítulo de la teoría psicoanalítica freudiana
o como una de las versiones contrastantes de la teoría psicoanalítica que
existen en la actualidad. La posición del autor se ubica en la segunda línea de
pensamiento, ya que cuestiona la hipótesis de que las pulsiones impersonales a
la búsqueda de descarga tensional constituyen el principal —o tal vez el único—
sistema motivacional del ser humano. La teoría de las relaciones objetales
plantea la existencia de una necesidad primaria de objetos, que no puede
reducirse a la búsqueda del placer.
Si uno acepta la existencia de esta búsqueda
primaria de relaciones, esto cambia nuestra comprensión del proceso
psicoanalítico. El trabajo describe, brevemente, cómo puede verse este proceso
a partir de una concepción que privilegia el vínculo analítico como factor
terapéutico fundamental.
La teoría de las relaciones objetales puede verse,
según como la definamos, como un capítulo de la teoría psicoanalítica
freudiana, o como una de las versiones contrastantes de la teoría
psicoanalítica que existen en la actualidad (Kernberg, 1976). Mi propia
perspectiva se ubica en la segunda línea de pensamiento, por lo que dejaré de
lado las consideraciones referentes al concepto de objeto en la obra de Freud.
En particular, el concepto de “objeto de la pulsión” poco o nada tiene que ver
con la forma en que se concibe al objeto en la teoría de las relaciones
objetales.
El objeto de la pulsión es aquella entidad —ya sea
externa al cuerpo del sujeto o parte del mismo— que permite la descarga de
tensión pulsional, generadora de placer, a través de una conducta consumatoria
que constituye el “fin” de la pulsión. En este contexto, el objeto es el
elemento más variable de la dinámica pulsional, ya que es infinitamente
reemplazable (Freud, 1915).
En cambio, cuando hablamos de objeto en la teoría
de las relaciones objetales nos estamos refiriendo siempre a un “objeto
humano”, es decir, a una persona, una parte de una persona, o una imagen más o
menos distorsionada de éstas. Aquí el objeto deja de ser impersonal y
reemplazable, para volverse intensamente personal. No es el objeto de una
pulsión, un mero requisito para la obtención del placer, sino un objeto de amor
o de odio, que el yo busca para encontrar respuesta a su necesidad de relación.
Y, una vez encontrado, estos sentimientos quedan tan ligados a ese objeto
específico, que sólo a través de un duro y difícil trabajo de duelo podrá
abandonarlo y volver a colocarse en las condiciones que permitirían una nueva
elección.
Esta concepción se origina también, desde luego, en
la obra de Freud, particularmente en “Duelo y melancolía” (Freud, 1917) y “El
yo y el ello" (Freud, 1923). Recuerdo que un analista brasileño me dijo,
en una ocasión, que “La metapsicología se murió con ‘Duelo y melancolía’, ¡y
todavía la estamos duelando!”. Por otra parte, también en “Los instintos
y sus destinos” (Freud, 1915) encontramos un detallado argumento para demostrar
que el amor y el odio no son en absoluto pulsiones, sino expresiones de “la
relación del yo total con sus objetos”.
Una forma de definir la teoría de las relaciones
objetales es afirmar que ésta pretende dar cuenta de cómo la experiencia de la
relación con los objetos genera organizaciones internas perdurables de la
mente. En otras palabras, se trata del desarrollo, hasta sus últimas
consecuencias, de la hipótesis de que las estructuras psíquicas se originan en
la internalización de las experiencias de relación con los objetos. Existe,
desde luego, una interacción entre la internalización de las experiencias de
relación, por una parte, y la actualización de las estructuras relacionales
internalizadas, encarnándose en nuevas relaciones, que a su vez serán
internalizadas. En consecuencia, la vida de relación toma la forma de un
proceso circular, semejante a los descritos por los teóricos de los sistemas
generales (Bateson, 1972; Foerster, 1991).
Como puede apreciarse, esta teoría permitiría
integrar, en forma armoniosa, los elementos “internos” y “externos” de la
experiencia humana, ya que investiga y conceptualiza la influencia de las
relaciones interpersonales “externas” sobre la organización de las estructuras
mentales “internas”, así como la forma en que estas últimas determinan las
nuevas relaciones interpersonales que se establecen posteriormente.
Sin embargo, la antigua discusión sobre lo
“interno” y lo “externo” continúa siendo una importante fuente de conflicto en
psicoanálisis. En la medida en que nuestra tradición ubica el origen oficial
del psicoanálisis en el abandono de la mal llamada “teoría de la seducción”,
esto ha sido el origen del prejuicio que afirma que toda muestra de interés por
los factores “externos” simplemente “no es psicoanálisis” (Tubert-Oklander,
1994). Éste fue el principal motivo del violento rechazo padecido por Sándor Ferenczi
cuando pretendió reformular el problema teórico-clínico del efecto
estructurante de las experiencias reales de maltrato vividas por los niños
(Masson, 1984).
A partir de ese momento, el desarrollo de la teoría
de las relaciones objetales se bifurcó en dos corrientes. La primera de ellas,
iniciada por Karl Abraham (1924) y posteriormente desarrollada por Melanie
Klein y su escuela (Klein, 1932; Klein, et al., 1952), enfatiza la
determinación pulsional de la experiencia de la relación con el objeto y concentra
su atención en el objeto interno y su efecto determinante sobre la vida
posterior del sujeto. La segunda, que proviene de la obra de Sándor Ferenczi
(1955, 1985), y se continúa con la de Michael Balint (1965, 1968), Donald W.
Winnicott (1958, 1965, 1971), M. Masud R. Khan (1974, 1979, 1988), W. Ronald
Fairbairn (1952), Harry Guntrip (1961, 1968, 1971), Charles Rycroft (1966,
1968, 1979), Marjorie Brieley (1951) y otros autores de la llamada “escuela
británica”, así como también con la de Erik Homburger Erikson (1950, 1968,
1987) y, más recientemente, con la “psicología del self” de Heinz Kohut (1971,
1977, 1984), enfatiza el efecto estructurante que la relación real con el
objeto y con el entorno cultural tiene sobre el psiquismo. Otto Kernberg (1976),
por su parte, intenta integrar ambas versiones en una visión más sistémica de
la interacción entre sujeto y objeto, entre lo interno y lo externo.
Todo lo anterior determina formas bien diferentes
de concebir la naturaleza, objetivos y curso del proceso analítico. Denominaré
“teoría de las relaciones de objeto”, en el contexto de esta discusión, a
aquella línea de pensamiento que proviene de las propuestas originales de Freud
en “Duelo y melancolía” (1917) y “El yo’ y el ello” (1923), pasando a través de
las contribuciones pioneras de Ferenczi, para desembocar en las del “grupo
intermedio” británico, de Erik Erikson y de la “psicología del self” de Kohut y
su escuela. Esta visión destaca la importancia de la matriz interpersonal y
social de la que se nutre y en la que crece la organización de la vida psíquica
del individuo. Esto por oposición al “psicoanálisis freudiano clásico” —al que
considero una versión unilateral y empobrecida del complejo universo abierto
por la obra de Freud— y la “teoría de la fantasía inconsciente” de Klein y sus
discípulos, con su énfasis en los determinantes exclusivamente intrapsíquicos y
pulsionales.
La teoría de las relaciones objetales rompe desde
un comienzo con la teoría de las pulsiones al destacar otras motivaciones del
ser humano, no relacionadas con la búsqueda del placer impersonal, sino con las
necesidades de relación, altamente personales. Es por eso que Fairbairn afirmó
que “la libido es esencialmente buscadora de objetos” (pág. 163) y no de
placer. En la misma línea, Winnicott (1960) distinguió entre las
“necesidades del ello”, es decir, los deseos pulsionales, y las “necesidades
del yo”. De estas últimas afirmó que no es adecuado decir que se gratifican o
se frustran, ya que nada tienen que ver con la búsqueda del placer como
descarga, sino que simplemente encuentran respuesta en el objeto, o no la
encuentran. Estas necesidades incluyen anhelos tales como el de ser
visto, reconocido o comprendido, o el de compartir la propia experiencia
subjetiva con otro ser humano. Cuando éstas no encuentran respuesta, la
reacción emocional del sujeto no es de frustración, sino de vacío y
desesperanza. Cuando sí la encuentran, lo que surge no es una experiencia de
placer sino de armonía y plenitud.
El reconocer la importancia esencial de estas
necesidades de relación objetal no supone en absoluto ignorar la vigencia de
los deseos pulsionales —sexuales y agresivos. Estos existen, indudablemente,
pero en condiciones normales sólo se manifiestan en el contexto de relaciones altamente
personales. En ello, la norma es el deseo sexual como parte del amor objetal, y
el deseo agresivo como parte del odio objetal, ambos indisociables de las
personas a quienes se dirigen. La lujuria y la ira impersonales sólo se
manifiestan en situaciones de descomposición de la integridad de la
personalidad, que permiten la operación de esos mecanismos disociados de
búsqueda del placer a los que Freud denominara “pulsiones” (Kohut, 1981).
A partir de estas consideraciones, el proceso
analítico ya no puede concebirse como organizado alrededor del “hacer
consciente lo inconsciente”, sino en términos de una evolución progresiva del
vínculo personal que se establece entre el paciente y el analista. La
estrategia básica del tratamiento consistiría en la resolución de los fenómenos
de transferencia-contratransferencia y de resistencia que obstaculizan el logro
de un encuentro humano pleno, novedoso, creativo y mutuamente empático entre
ambos participantes en la experiencia. Y dicho encuentro constituye el principal
factor curativo de todo este intercambio (Tubert-Oklander, 1981, 1994;
Hernández de Tubert, 1995, 1996).
El vínculo analítico oscila, como todas las
relaciones humanas, entre los polos representados por la objetivación del otro,
tomado como un “objeto” a conocer, explicar, manejar o explotar, y el encuentro
intersubjetivo. Los pacientes llegan a tratamiento porque, en su vida
emocional, las relaciones se han deshumanizado, objetivándose, al punto de que
llegan a tratar a los demás seres humanos como “cosas” a ser utilizadas para su
propia conveniencia o placer. Esta degradación de las relaciones alcanza
también al medio ambiente no humano (Searles, 1960), que pasa a revestir
características inanimadas, y al propio ser, que se despersonaliza y desvitaliza,
llegando a tornarse, en algunas de las patologías más graves, en una grotesca
caricatura mecánica de un ser humano (Tustin, 1972, 1981, 1986, 1990). Lo mismo
ocurre con la historia, que pierde su vitalidad, transformándose en un pasado
muerto, solo susceptible de actuar como una “causa” mecánica e impersonal de un
presente absolutamente predeterminado.
Ésta es precisamente la situación que debe
resolverse en el curso del tratamiento analítico. A tal fin, el analista debe
maniobrar para resolver las múltiples trampas relacionales que mecanizan y
estereotipan el vínculo, deshumanizándolo e impidiendo aquel encuentro que
reavivaría ese mundo muerto en el que se debate el paciente. A esto lo llamamos
el “análisis de la transferencia”, si bien resultaría mucho más adecuado
denominarlo “análisis de la transferencia-contratransferencia” (Racker, 1960;
Baranger y Baranger, 1969).
El diálogo analítico comienza como un encuentro
entre dos extraños, que sólo pueden percibirse como “objetos” a conocer y sobre
los cuales habrá que operar, en formas más o menos racionales. Éste es el
momento de máxima objetivación del otro, en el cual éste sólo puede ser
explicado, pero no comprendido (Jaspers, 1946). Esta situación pronto da lugar
al mutuo involucramiento de la transferencia-contratransfrencia. En ese
momento, el analista se encuentra con que el paciente, al igual que él mismo,
si bien no son extraños tampoco le resultan totalmente comprensibles, ya que
existen importantes áreas de su experiencia mutua que han sido secuestradas de
la relación, operando desde lo inconsciente. De esta nueva situación busca
rescatarse por medio de la interpretación. Esta última es una operación
intelectual —mucho menos objetivante y despersonalizada que la explicación— que
media entre estas dos personas que no han podido todavía encontrarse, actuando
a la manera de un puente que los une y los separa a la vez, pasando por encima
del abismo de su mutuo extrañamiento. En esta circunstancia, el paciente ya no
se nos presenta con un ente impersonal a ser explicado en términos causales, ya
que su presencia y su accionar nos han herido en lo más profundo de nuestra
intimidad, tornando personal la relación. Sin embargo nuestras mutuas defensas
nos tornan todavía extraños el uno para el otro. Es en esta paradójica
situación de ser a la vez objetos totalmente ajenos y personas intensamente
comprometidas en lo emocional que debemos recurrir a la interpretación, como la
única forma de reunir estas dos visiones incompatibles en un todo armonioso (Tubert-Oklander,
1994). Cuando tenemos éxito, logramos pasar, tal vez sólo por breves momentos,
a un nuevo entendimiento intersubjetivo, en el que el otro se torna nuestro
semejante y en el que logramos comprenderlo empáticamente, sin que medie
operación intelectual alguna, ni explicativa ni interpretativa. Esto
constituye una nueva vía para el conocimiento del ser humano, a la que Kohut
(1981) denominara la “inmersión empática total”.
Pero estos breves encuentros pronto ceden su lugar
a nuevos momentos de extrañamiento, en los que tendremos que lidiar, con todos
nuestros recursos, para recuperar el contacto con ese desconocido que tenemos
enfrente. Y así volveremos a explicar, hasta que nos encontremos en condiciones
de interpretar, e interpretaremos una y otra vez, hasta que la repentina
comprensión torne innecesarias todas estas operaciones. El proceso se
desarrolla así como una espiral progresiva, en la cual cada vuelta del ciclo
nos acerca un poco más a ese intercambio pleno, novedoso y creativo que denominamos
la “relación real” (Greenson, 1967; Tubert-Oklander, 1991). De esta forma van
cediendo los aspectos repetitivos y estereotipados de la relación, iluminando
los rincones más oscuros de la experiencia de ambos y revitalizando aquellas
áreas muertas e inanimadas que transforman al paciente en una especie de
autómata causalmente determinado. Entonces el pasado y el presente cobran una
nueva vida, abriendo el camino para un futuro difícil e indeterminado, pero
pleno de esperanzas. Éste es el momento en el que paciente y analista
comienzan, paradójicamente, a pensar en su separación.
A lo largo de todo este proceso, la relación del
paciente con su familia, amigos, enemigos, vecinos y compañeros de trabajo ha
sufrido también un proceso de reanimación, revitalización y rehumanización
(Solís Garza, 1981; Tubert-Oklander, 1987, 1996). Lo mismo ha ocurrido con sus
relaciones consigo mismo, con su cuerpo, con la comida, con sus necesidades
físicas y emocionales, con el trabajo, con la sociedad y con su entorno físico
y ecológico. Si esta evolución ha resultado exitosa, ya no le resultará posible
deteriorar impunemente el medio ambiente, actuar en formas deshonestas o
abusivas con sus semejantes, explotarlos en el terreno sexual, agresivo,
económico o narcisista, o aceptar pasivamente unas condiciones de vida
inadecuadas o un trabajo enajenante. En otras palabras, se habrá convertido en
una mejor persona, si bien esto no deja de provocarle problemas, ya que se
encuentra ahora mucho menos adaptado a un medio poco adecuado para la
existencia humana. Pero allí donde acaba la adaptación pasiva a la realidad, se
inicia el largo y difícil camino de la adaptación activa, a de través acciones
transformadoras de ese entorno inhóspito. Camino que no es fácil ni agradable,
y que implica una larga lucha y un arduo trabajo pero, al fin y al cabo,
¿no es ésta, acaso, la esencia de la vida humana?
Espero haber logrado transmitir, en esta breve
comunicación, algunos de los aspectos esenciales de la forma en que concibo el
desarrollo de un proceso analítico, en el contexto de esa particular concepción
del ser humano a la que denominamos “teoría de las relaciones objetales”.
Confío en que esta particular versión de lo que hacemos en nuestro trabajo
clínico cotidiano, nos dé la oportunidad de abrir una enriquecedora y vital
discusión acerca de cómo concebimos nuestra profesión.
Referencias
Abraham, K. (1924): "Un breve estudio de la
evolución de la libido, considerada a la luz de los trastornos mentales."
En Psicoanálisis clínico. Buenos Aires: Hormé, 1959, págs. 319-381.
Balint,
M. (1968): The Basic Fault. Therapeutic Aspects of Regression. Nueva York:
Brunner/Mazel, 1979. [Traducción castellana: La falta básica. Aspectos
terapéuticos de la regresión. Buenos Aires: Paidós, 1982.]
——
(1952): Primary Love and Psycho-Analytic Technique. Nueva York: Liveright, segunda
edición corregida y aumentada, 1965.
Baranger, M. & Baranger, W. (1961-1962):
"La situación analítica como campo dinámico." En Baranger, W. y
Baranger, M.: Problemas del campo psicoanalítico. Buenos Aires: Kargieman,
1969, págs. 129-164.
——; Baranger, W. & Mom, J. (1978):
"Patología de la transferencia y contratransferencia en el psicoanálisis
actual." En Psicoanálisis actual. Carácter. Transferencia y
contratransferencia. Fantasía y realidad. Actas del XII Congreso
Latinoamericano de Psicoanálisis. México: Asociación Psicoanalítica Mexicana,
1978, págs. 457-465.
Bateson, G. (1972): Steps
to an Ecology of Mind. Nueva York, Ballantine Books, 1972. [Traducción castellana: Pasos
hacia una ecología de la mente. Buenos
Aires: Carlos Lohlé, 1976.]
—— (1979): Mind and Nature.
A Necessary Unit. Nueva
York: Bantam. [Traducción castellana: Espíritu y naturaleza.. Buenos Aires:
Amorrortu.]
Brieley, M. (1951): Trends
in Psycho-Analysis. Londres: The Hogarth Press.
Erikson, E. H. (1950):
Childhood and Society. Londres: Paladin, 1987. [Traducción castellana:
Infancia y sociedad. Buenos Aires: Hormé, 1978.]
—— (1968): Identidad: juventud y crisis. Madrid:
Taurus, 1989.
—— (1987): Un modo de ver las cosas. Escritos
selectos de 1930 a 1980. (Compilador:
Stephen Schein.) México:
Fondo de Cultura Económica, 1994.
Fairbairn, W. R. D. (1952): Estudio psicoanalítico
de la personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1970.
Ferenczi, S. (1955): Problemas y métodos del
psicoanálisis. Buenos Aires: Hormé, 1966.
—— (1985): Diario clínico. Buenos Aires:
Conjetural, 1988.
Foerster, H. von (1991): Las semillas de la
cibernética. Obras escogidas. (Editado by Marcelo Packman.) Barcelona: Gedisa.
Freud, S. (1915): "Los instintos y sus
destinos." En Obras completas (Tomo II). Madrid: Biblioteca Nueva, 1981
(4a. edición), págs. 2039-2052.
—— (1917): "Duelo y melancolía." En Obras
completas (Tomo II), págs. 2091-2101.
—— (1923): "El ‘yo’ y el ‘ello’." En
Obras Completas (Tomo III), págs. 2701- 2728.
Greenson, R. R. (1967): Teoría y práctica del
psicoanálisis. México: Siglo Veintiuno, 1980.
Guntrip, H. (1961): Estructura de la personalidad e
interacción humana. Buenos Aires: Paidós, 1971.
—— (1968): Schizoid
Phenomena, Object Relations, and the Self. Londres: The Hogarth Press and the
Institute of Psycho-Analysis.
—— (1971): El self en la teoría y la terapia
psicoanalíticas. Buenos Aires, Amorrortu, 1973.
Hernández de Tubert, R. (1995): "Aspectos
terapéuticos de la regresión." Revista de Psicoanálisis, 1995, 52 (2):
483-517.
—— (1996): "¿Es terapéutica la regresión
analítica?" Trabajo presentado en el XXXV Congreso Nacional de
Psicoanálisis "El proceso analítico", en la mesa sobre "La
regresión en el proceso analítico". San Miguel de Allende, Gto., 31 de
octubre a 2 de noviembre de 1996. Publicado en Vives, J. (comp.): El proceso
psicoanalítico. México: Asociación Psicoanalítica Mexicana/Plaza y Valdés,
1997, págs. 115-125.
Jaspers, K. (1946): Psicopatología general (quinta
edición). México: Fondo de Cultura Económica, 1973 (segunda edición en
español).
Kernberg, O. (1976): La teoría de las relaciones de
objeto y el psicoanálisis clínico. Buenos Aires: Paidós, 1979.
Khan, M. M. R. (1974): The
Privacy of the Self. Londres: The Hogarth Press and the Institute of
Psycho-Analysis.
—— (1979): Alienación en las perversiones. Buenos
Aires, Nueva Visión, 1987.
—— (1988): Cuando llegue la primavera. Tomas de
conciencia en el psicoanálisis clínico. Buenos Aires: Paidós, 1991.
Klein, M. (1932): The
Psycho-Analysis of Children. Nueva York: Delta, 1975. [Traducción castellana: El
psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Hormé, 1964.]
——; Heimann, P.; Isaacs, S. & Riviere, J.
(1952): Desarrollos en psicoanálisis. Buenos Aires: Hormé, 1967.
Kohut, H. (1971): El análisis del self. Buenos
Aires: Amorrortu, 1987.
—— (1977): La restauración del sí-mismo. Barcelona:
Paidós, 1980.
—— (1981):
"Introspection, empathy, and the semicircle of mental health." En The
Search for the Self, Selected Writings of Heinz Kohut: 1978-1981, Vol IV, ed. Paul Ornstein. Madison: International
Universities Press, 1990, págs. 537-567.
—— (1984): ¿Cómo cura el análisis? Buenos Aires:
Paidós, 1986.
Masson, J. M. (1984): The
Assault on Truth. Londres:
Fontana, 1992
Racker, H. (1960): Estudios sobre técnica
psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós, 1979.
Rycroft, C. (ed.) (1966):
Psychoanalysis Observed. Harmondsworth: Penguin, 1966.
—— (1968): Imagination and
Reality. Nueva York: International Universities Press.
—— (1979): The Innocence of
Dreams. Londres: The Hogarth Press, 1991.
Searles, H. F. (1960): The
Nonhuman Environment. In Normal Development and Schizophrenia. Nueva
York: International Universities Press.
—— (1965): Collected Papers
on Schizophrenia and Related Subjects. Nueva York: International Universities
Press.
—— (1986): My Work with
Borderline Patients. Northvale, New Jersey: Jason Aronson.
Solís Garza, H. (1981): "Terminación del
análisis." Cuadernos de Psicoanálisis, 14 (1-4): 65-141.
Tubert-Oklander, J. (1987): "Sobre los
fenómenos postanalíticos: ¿qué es lo que ocurre después de que cae el
telón?" Psicoanálisis, 1989, 11 (3): 473-487.
—— (1991): "¿Es realmente terapéutica la
relación con el analista?" Jornada Psicoanalítica, 1991, 3 (2): 1-14.
—— (1994): "Las funciones de la
interpretación." Revista de Psicoanálisis, 1994, 51 (3): 515-544.
—— (1996): "El postanálisis: una fase
fundamental del proceso analítico." Trabajo presentado en el XXXV Congreso
Nacional de Psicoanálisis "El proceso analítico", en la mesa sobre
"La terminación del proceso analítico". San Miguel de Allende, Gto.,
31 de octubre a 2 de noviembre de 1996. Publicado en Vives, J. (comp.) (1997):
El proceso psicoanalítico. México: Asociación Psicoanalítica Mexicana/Plaza y
Valdés, 1997, págs. 305-320.
—— & Hernández de Tubert, R. (1995):
"Insight y curación." Trabajo científico individual presentado en el
39o Congreso Internacional de Psicoanálisis. San Francisco, Cal., 30 de julio a
4 de agosto de 1995.
Tustin,
F. (1972): Autism and Childhood Psychosis. Londres: Karnac, 1995.
[Traducción castellana: Autismo y psicosis infantiles. Buenos Aires:
Paidós, 1977.]
—— (1981): Autistic States
in Children (edición revisada). Londres: Tavistock/Routledge, 1992. [Traducción castellana:
Estados autísticos en los niños. Buenos Aires: Paidós, 1987.]
—— (1986): Autistic
Barriers in Neurotic Patients. Londres: Karnac, 1994. [Traducción castellana:
Barreras autistas en pacientes neuróticos. Buenos Aires: Amorrortu,
1989.]
—— (1990): The Protective
Shell in Children and Adults. Londres: Karnac, 1992. [Traducción castellana: El
cascarón protector en niños y adultos. Buenos Aires: Amorrortu,
1992.]
Winnicott, D. W. (1956):
"Primary maternal preoccupation." En Winnicott (1958), págs. 300-305.
[Traducción castellana: "Preocupación maternal primaria." En
Winnicott (1958), págs. 405-412.]
—— (1958): Through
Paediatrics to Psycho-Analysis. Londres: The Hogarth Press and the Institute of
Psycho-Analysis, 1978. [Traducción castellana: Escritos de pediatría y
psicoanálisis. Barcelona: Laia, 1981.]
——
(1960): "Ego distortion in terms of true and false self." En
Winnicott (1965), págs. 140-152. [Traducción castellana:
"Diferenciación del ego en términos de un ser verdadero y falso." En Winnicott
(1965), págs. 169-184.]
—— (1965): The Maturational
Processes and the Facilitating Environment. Londres: The Hogarth Press and the
Institute of Psycho-Analysis, 1979. [Traducción castellana: El proceso de maduración en
el niño. Barcelona: Laia, 1981.]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario